Érase
una vez… Perdón, perdón, esto no es un cuento de hadas. Me confundí porque hay
brujas, las hay en todas partes y esta historia está protagonizada por dos. También
necesitan sus quince minutos de gloria. Estas brujas son de las que en
principio no lo parecen, van de buenas pero clavan las puñaladas por detrás.
Ésas son las peores, las mejores brujas en realidad.
Hace
tres años, al regresar de las vacaciones de navidad, me encontré con un
peculiar regalo de reyes: tenía nueva compañera de despacho, la tercera
contando con la Cotorra y conmigo. Curioso, porque
enseguida descubriría que las dos tienen obsesión por las tetas, propias o
ajenas. Ya el primer día, en cuanto nos quedamos solas, me contó toda su vida
empezando por su operación de aumento de pecho, ¡por supuesto! Como no le
miraba el escote, intentó llamar mi atención menándolas y cuanto menos caso le
hacía, más las meneaba, pensé que se le iban a salir. Por esta historia y por
su afán de desnudarse delante de mí, mis amigos la bautizaron como la
Lolas.