Fotografía de Tama66 |
En la entrada, a su espalda, se ha quedado el Guardián
vigilando la puerta o lo que haya que vigilar. A salvo en su garita la saluda
con la mano y una sonrisa, a veces un hola y una sonrisa, siempre amable, nada
más. Ella tampoco ofrece más que sonrisas amables y sinceras, aunque quisiera entregar algo más.
Él no se deja. Si está en el exterior siente inseguridad y esquiva las miradas
de la chica dirigiendo sus ojos color miel a un lado, al suelo, a cualquier
parte excepto a ella.
Sigue en el centro mirando la ventana de Diego, recordando
cuando él la siguió por el pasillo sin atreverse a decirle hola. Ella observó
su paso fugaz reflejado en un cristal, como un sueño, solo un segundo en el que
las pupilas de cada uno se clavaron en las del otro. Bajó la mirada con tristeza porque él no dio
el paso cuando al fin se habían encontrado, cuando al fin las barreras de
hormigón que habitualmente los separan se habían volatilizado. Tristeza porque también
ella dejó escapar la oportunidad por la velocidad a la que él pasó. Todo se
quedó en una fantasía, en un encuentro ficticio devuelto por una ventana. Así, el
único momento en el que sus miradas se cruzan sigue siendo cuando ella está en
el centro de ese patio sola, observada por todos, cohibida porque cada uno de
sus movimientos está siendo analizado. La falta de discreción la paraliza.
Ojalá pudiera colarse por la ventana de Diego aunque eso
implica derribar la muralla férreamente construida, romper prejuicios tontos
que se impone solo para sí, sumergirse en un mundo que desconoce y para el que
no sabe si estará a la altura. Eso la asusta. Ojalá pudiera entrar, a pesar de
que él la intimida por su juventud, por su posición en la jerarquía de la
empresa y por ese descaro que al final solo esconde timidez, como la de ella.
Antes de dar un paso más, quiere mirar hacia atrás, se muere
por girar la cabeza y comprobar si el Guardián sigue pendiente de ella o ya ha
pasado a otra cosa. Ese portal significa el desconcierto. El desconcierto producido
por las conversaciones que él inicia cuando no hay nadie a su alrededor, cuando
el edificio está vacío por las tardes, cuando ella está sola en su oficina,
cuando recorre el pasillo y la observa todo lo que el ángulo de la puerta
abierta le permite. El desconcierto producido por los saludos silenciosos cuando
los ojos del edificio observan, cuando están en un vestíbulo rodeados de gente,
cuando baja la mirada y la saluda como si no la conociera, casi como una
obligación, la cortesía justa.
Esa puerta, la que él vigila, es un misterio que la atrapa
como una tela de araña. Quiere saber qué se esconde detrás, detrás de él en
realidad, qué intenta ocultar con su muralla levantada únicamente en ciertos
momentos: una vida en pareja, miedo a perder su independencia, temor a que ella
no acepte su estilo de vida, quizás ella le impone por su puesto en la escala
jerárquica, o por su edad, aparentemente menos de lo que realmente es y por esa
cercanía que ofrece para superar su timidez, puede que se vea desbordado por el
mundo imaginado que cree que ella lleva en la mochila.
Al final, todo son especulaciones, suposiciones, sueños que no llevan a ningún lado, que los paralizan. Ninguno de los tres
da un paso al frente para romper el tablero en forma de patio. Y ella, después
de un segundo en el centro, un solo segundo en el que sus neuronas han trabajo
a una velocidad difícil de imaginar, continúa su camino hacia la puerta, hacia
esa escalera de emergencia al estilo Nueva York. Pasará por delante de la
ventana de Diego sin verlo, seguirá subiendo sin tener una visión del Guardián,
se encerrará en la oficina donde trabaja y todo seguirá igual, porque ese paseo
de entrada es su único punto de encuentro.
Magnífica historia hecha de pura psicología y hasta de sugerencia. Porque en unos instantes tan breves, con unas simples miradas entre dos personas que se ven cada día pero realmente no se conocen, pueden haber todo esos mundos de especulaciones o fantasías. Y esa historia nos representa a todos o a muchos. En el transporte urbano, en una oficina en la que preguntamos por un papel, en el trabajo... siempre nos cruzaremos dos extraños y uno despertará en el otro una historia que se llevará en la imaginación. O peor, lo despertará en ambos y ninguno dirá nada. Tu buen gusto por los detalles la hace tan cercana que casi duele. Saludos y buen inicio de semana.
ResponderEliminarSergio: mil gracias por tu comentario, siempre me emocionan mucho tus palabras porque sé que no te cortarías en decirme la verdad si no te gustara (o eso espero :) ). Leyéndote, creo que tienes razón, una anécdota muy concreta me inspiró, pero creo que he puesto en este texto los sentimientos de todos esos encuentros inspiradores pero frustrados que suceden en mi día a día.
EliminarUn abrazo y feliz semana.
Te sigo mientras escribes te leo....Una historia linda clara sin vueltas Tal cual sos vos.... Cuando uno busca siempre encuentra respuestas
ResponderEliminara las preguntas que te vas haciendo al escribir
un abrazo inmenso
Es verdad, al menos para los que escribimos como terapia. No encuentro todas las respuestas que quiero, pero siempre encuentro alguna. También alguna pregunta y tengo que volver al lugar de partida y escribir de nuevo, jejeje.
EliminarUn abrazo enorme.
Qué extrañas somos las personas Dorotea. Siempre me pregunto cual de todas nuestras características las adquirimos con el tiempo y cuales vienen de serie, cuántos prejuicios llevamos a nuestras espaldas y convivimos con ellos en nuestro día a día. Y eso hace que muchas veces no conozcamos a alguien o a muchos "alguien" con los que nos cruzamos una vez en la vida o muchas veces, da igual. Todo nuestro entorno conspira contra nosotros y nosotros mismos conspiramos con nuestro entorno, por miedos, inseguridades, por el que dirán...porque no es correcto...porque nos han dicho que no se puede...
ResponderEliminarUhhh! demasiadas cosas inspira esta historia, que se me hace retriste y como dice Sergio tan cercano que casi duele...
Te mando un gran abrazo linda!!!!
y un besazo!!! Muaaa!
Me encanta cuando escribo y los que leéis mis historias veis en ellas cosas que no pretendía. Hace tiempo me frustraba porque no llegaba el mensaje que quería enviar, sino otro u otros. Ahora me encanta saber que algunas de mis historias evocan cosas que yo no pretendía aunque probablemente muchas estaba ahí, en la punta de los dedos, al escribir. Y este es uno de esos casos. No había visto, hasta que leí tu comentario, el tema del entorno conspirando contra nosotros y nosotros contra el entorno. Es más, creo que el origen de esa historia justo ese y no me había dado cuenta.
EliminarSolo siento que duela, espero que sea uno de esos placeres dolorosos que provoca la lectura.
Un beso enorme.
Excelente historia, me encantó!!!
ResponderEliminarAl empezar a leerla me hiciste acordar de un poema: El seminarista de los ojos negros de Miguel Ramos Carrión.
Besos preciosa
Lo he buscado porque no lo conocía y... bueno, es tremendo. Y, aunque me gustaría que mi protagonista tuviera otro final, creo que tanta indecisión puede llevarla a estar sola como la niña del poema (sola pero jugando al bingo con otras viejucas, espero :D).
EliminarUn beso.
Hola de nuevo! Volví por tus escritos y me he encontrado este relato tan chulo!! Esto me recuerda a la pura realidad, esa en la que realmente somos mucho menos atrevidos que como se pinta en la ficción. Ayyy si pudiéramos leer las mentes. A mí me recordó a la película de "En qué piensan las mujeres". Un saludo!
ResponderEliminarGracias! Ojalá pudiera tener el don de Mel Gibson un rato, ¡solo un rato! :) No sé si cambiaría algo mi actitud, pero por probar...
EliminarSaludos.