Dorotea se vuelve sociable

Coffee break, de montillon.a

He contado más de una vez que los eventos sociales no son lo mío. Me abruman. Sin embargo, no sé qué pasa últimamente que no hago más que organizar reuniones entre los miembros del equipo (jefa no incluida, por si hace falta decirlo).

Si estoy en el edificio donde trabajo, les propongo cafés a mis compañeras cada pocos días. Si voy al nuevo edificio, siempre lío a los que trabajan allí para ir desayunar y/o comer juntos (sea fuera o con tupper). Y ya la última es que he organizado una comida de Navidad. ¡Yo organizando una comida de Navidad! Insólito. Me he convertido en otra persona sin darme cuenta.

A Carmina, la jefa, no le veía yo mucha intención de reunirnos como hacía la jefa saliente y, cuando mi amiga Sol me dijo que por qué no quedábamos a comer en Navidad, le sugerí a la gente del equipo que también nos reuniéramos y todas aceptaron. Mike dejó caer un día que suponía que no había invitado a Sara Pestes y no sé ni cómo le entró la duda. Aunque sé de sobras que fue para picarme. Esta era una reunión para compañeros-amigos no para compañeros-enemigos. Sólo para desconectar y pasar un rato agradable y poder despotricar de la gente que nos amarga.

Fuimos a un restaurante bonito, lleno de esas plantas como las que empeoraron el desastre del restaurante en Manuel Becerra. Las sillas parecían butacas y hacían que estar espatarrada fuera la postura natural, y un piano de cola estaba puesto para que los comensales no resistieran la tentación de acercarse a tocar. Todo estaba muy bueno, aunque las raciones eran un poco pequeñas. La Rotten, que dio la nota en más de una ocasión, dijo que eran aperitivos, aunque varias de nosotras quedamos empachadas. Ya sabéis: más grasas de lo habitual y un postre consistente pueden hacer estragos.

Carmina al final nos convocó a una copa de champán. Esa mujer es un desastre, por si no lo había mencionado en alguna entrada anterior. Pero no os preocupéis, lo repetiré en el futuro. Fue Mike quien nos confirmó la fecha y la hora el día anterior, pero salió de él como amigo. Según ella ya lo sabíamos. Claro, por ciencia infusa. A mí me venía fatal. Era en la hora de mi clase de inglés (y me ponen falta si no voy. Faltas que cuentan para quitarnos la clase), luego tenía otra comida Navideña y, honestamente, me fastidiaba mucho que actuara de nuevo como si no tuviéramos más cosas que hacer que esperar su llamada para acudir corriendo a besarle los pies.

Todas me decían que estaba loca, que no sabía lo que hacía, que si quiero el máster tengo que tragar. Pero por aquí ya sabéis que el máster me da un poco igual, que es más por fastidiar. Así que ni corta ni perezosa le escribí un email para decir que con tan poca antelación no sabía si me daría tiempo a cancelar las otras cosas en la agenda. Y me quedé tan pichi. Me llamó nada más leer mi mensaje y, si pensó que esa llamada iba a amedrentarme, es que no me conoce. Y no, no me conoce.

Para mí esas clases de inglés son una de las partes más importantes de mi trabajo. Conozco gente majísima, hago contactos en otros departamentos, mejoro el idioma para mi trabajo en esta mierda, pero también para mis cosas y, sobre todo, el grupo es tan cachondo que me da la vida. No me las salto así como así y no tiene nada que ver con acumular faltas. Pero mis compañeros insistieron tanto que esta vez la presión de grupo pudo más que yo. Estuve quince minutos, lo que tardé en tomar el cava, y luego me busqué una sala para conectarme a la clase. Luego tuve que escaquearme de la clase un poco antes para ir a la comida, pero tuve tiempo para despedirme del grupo del cava.

Según la amiga con la que comí ese día, hice muy bien en ir, que tengo que conseguir ese máster sea como sea antes de marcharme. Carmina está pasando del tema, así que debo tenerla contenta o, al menos, mantener un equilibrio entre los cortes y las concesiones. Mi lado lógico dice que tiene razón, pero aún no se me ha pasado la sensación de fracaso por no haber sido lo suficientemente fuerte ante las caras de cachorro que pusieron mis compañeras para manipularme. Eso es por todos los cafés y comidas que hemos compartido juntas en las últimas semanas, a los que un día dije que no volvería. Diría que a partir de enero voy a volver a lo de antes, pero ya veis que algunas promesas son fáciles de romper, aunque se pongan por escrito, sobre todo si te ponen un trozo de roscón delante de la nariz.

Y como ésta será mi última entrada del año, aprovecho para desearos unas felices fiestas y un felicísimo año nuevo. Con vosotros sí que me iría a tomar un café (con o sin roscón) sin dudarlo.