Martes 20 de enero de
2015
8:24h
Hoy es el cumpleaños de una de mis mejores amigas del
colegio. La chica guapa, la que les gustó a todos los chicos de clase en algún
momento u otro hasta que se dieron cuenta de que no tenían posibilidades con
ella y se buscaron a otras cuando tuvimos edad. A pesar de llevárselos a todos
de calle, sé que a un par de ellos les gustaba yo. Uno hablaba tanto de mí en
casa que su madre se dio cuenta, se lo contó a la mía y la mía a mí. Teníamos
unos cinco años. Nunca me dijo nada ni yo a él. Otro era mi mejor amigo. Se
declaró de sopetón. Un jarro de agua helada en una tarde (fresca, la verdad) de
finales de junio. En ese momento creí que no es posible la amistad entre
hombres y mujeres. Tenía once. Al tercero lo pillé. Estábamos en séptimo de EGB
y con trece años empiezas a cazar miradas. Una pista por aquí, una señal por
allá. Tampoco me gustaba. Los tres me caían genial, eran monos pero a mí me
gustaba otro, tanto, que no me acuerdo quién era.
Han pasado muchos años y los recuerdos se agolpan solo por
recordar el cumpleaños de una niña que fue muy importante en mi infancia, pero
con la que no tengo contacto. Y no me habría acordado de ella si no hubiera
puesto la fecha de hoy para hablar de otras cosas, historias que pasan en el
presente, pero que en el fondo no están tan alejadas de aquellas miradas
furtivas de un adolescente. Las emociones no cambian, cuando alguien te gusta
se siente el mismo cosquilleo tengas la edad que tengas y se utilizan las
mismas artimañas.