En este
zulo-despacho todo el mundo se aburre. Excepto la Mofeta cuando trabajó aquí, al
César lo que es del César, aunque puede que ella le encontrara una utilidad
lúdica alternativa al Excel, como esos jueguecitos que te enviaban los amigos para adivinar de qué serie era la melodía. El resto, dedicamos una parte de
nuestro tiempo laboral a mirar nuestro correo electrónico, leer la prensa, tuitear,
hacer alguna compra en internet, actualizar Facebook y cotillear el de los
demás, mandar whatsapps como posesos, ver vídeos de Youtube, mirar trapos y
zapatos, seguir la liga de fútbol, tener conversaciones interminables por
teléfono, ligar, mirar la cámara de la guardería como si fuera un programa de
Gran Hermano y, por supuesto, escribir entradas de blog para poner a todo el
mundo a caldo. La diferencia entre unos y otros es el nivel de incordio a los compañeros.
El premio a los mayores incordiadores nos lo llevamos Mr. Lolas y yo sólo
porque tenemos que respirar en este zulo. ¿No da pena que La Otra tenga que
compartir despacho con dos personas? Es para llorar, pobre.
Ella no
molesta a nadie, es tan discreta que los demás no estamos a la altura. Cuando
alguien entra en el despacho, abre corriendo una ventana de Excel para tapar las
páginas de compras y se ríe entre dientes cuando se da cuenta de que no está
sola para no hacer mucho ruido. Porque las carcajadas no son habituales. Ella
no nos pone nerviosos cuando se sienta de lado para cotillear lo que hacemos y
de paso llamar nuestra atención para contarnos sus penas, no se repantinga en
la silla y no la usa de mecedora en mitad del único espacio que tenemos para
pasar y, por supuesto, no grita como una loca por teléfono porque:
- No discute
con su suegra.
- No hace
planes para el fin de semana con su marido y sus amigos.
- No habla
con su marido sobre asuntos domésticos (es entonces cuando entiendo por qué
busca desesperadamente un amante).
- No le gobierna
la vida a una amiga en proceso de separación.
- No llama
a Telefónica, ni a Correos ni a cualquier otra empresa para hacer reclamaciones
y, por supuesto, nunca monta pollos ni se la escucha en la planta baja.
- No
interrumpe mis conversaciones telefónicas a gritos. Nunca inicia su propia
llamada en cuanto yo cojo el teléfono y siempre tiene en cuenta si estoy
hablando con nuestra jefa para bajar la voz. ¡Ella es tan considerada!
- Y no
llama a su marido desde el teléfono del trabajo cuando está de viaje en el
extranjero.
No estoy
pendiente de lo que habla, pero ¿tengo otra opción? La escucho hasta con
cascos, lo mismo que pasaba con La Lolas. Les encanta tener sus
conversaciones privadas delante de otros para que veamos lo “guay” que es su
vida, aunque si lees entre líneas... Es un alivio cuando sale en horas de
trabajo para visitar a amigas que acaban de dar a luz y se agradece que llegue
cuarenta y cinco minutos más tarde y se vaya quince minutos antes, porque es
una hora menos que tengo que aguantarla (Mr Lolas no piensa lo mismo).
Después
de toda esta parrafada ya no sé cuál era mi objetivo al principio. ¡Ah, sí! Me
ha costado un poco entender las notas, pero ya me he encontrado. Todo esto del
aburrimiento y lo que hacemos en vez de trabajar, para contar que la última
afición de La Otra en el curro es Instagram. Hace unos meses lo criticaba
furiosamente, no le veía sentido a publicar fotos para otros, aunque cuelga sus
fotos en Facebook desde hace tiempo. Así que lo de compartir no era una defensa
válida realmente, sino sólo ganas de ponerse en contra. El siguiente paso lo
dio hace un par de semanas al preguntarme para qué servían los hashtags, se le
veía cierto interés que intentaba disimular malamente. Intenté explicárselo,
pero la niña no lo entendía. “No sé por qué alguien querría que encontraran sus
fotos”. ¿Y cuál ha sido el tercer paso? Sí, ése: hacerse una cuenta y
vincularla a Facebook. No sé si estoy diciendo alguna tontería porque ni tengo
Face ni tengo Instagram, sólo transmito sus palabras. Se ha pasado la mañana
trasteando con el móvil para aprender a manejarlo, pero el silencio y la
inteligencia no suelen acompañarla, así que enseguida reclamó la atención de Mr.
Lolas. Además, aunque lo entendiera todo, ¿qué mejor excusa para estar bien
juntitos los dos, mano con mano y cabeza con cabeza, sintiendo cómo los
alientos se mezclan…? “A ver, pídeme tú a ver cómo me sale” y ya lo tiene
fichado y él a ella. Y el pagafantas felicísimo porque le encanta sentirse
maestro, le encanta dar lecciones a una mujer, sentirse superior. Esta actitud
paternalista… es otra historia.
Y luego
la conversación inteligente. Sólo apuntar que Mr. Lolas es venezolano. Transcribo.
La Otra:
¿Cómo se llama ese venezolano que está haciendo cosas ahora?
Mr.
Lolas: Si no me dices más… ¿Qué hace en concreto?
La Otra:
El que hace cosas… [Silencio. Cara rara de Mr. Lolas] Éste. [Le enseña la foto en el móvil]
Mr.
Lolas: Ése es Leopoldo López… Es un político.
La Otra:
Pero ¿qué hace?
Mr.
Lolas: Está preso ahora, creo que lo prendieron hace unos días.
Así se
pasan nuestras mañanas. Y como de todo se aprende, estoy pensando en crear una cuenta
de Instagram y cuando vea al italiano buenorro utilizaré la misma táctica para
ligar, sólo que yo pondré directamente fotos sugerentes para que David no
quiera que me vaya de su despacho. ¡No sé cómo no se me ocurrió a mí primero!
Trabajar, no hemos trabajado mucho, eso sí, de aburrimiento no sabemos nada.
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