Devoted Employee, de Patrick Dirden |
Esta es la oración con la que empecé la tercera entrada de La despedida. En la cuarta utilicé una variación un poco más larga, pero para qué complicarme si la situación es la misma: no se va. Sinceramente, ahora mismo la culpable de su presencia es Sandra, la Otra, la porculera. Lo peor es que después de meses resistiendo sus embates para que le consultara cosas, al fin caí en la trampa y me convertí en su cómplice.
Acabamos de empezar un proceso de acreditación. En esos procesos las tareas suelen estar muy divididas. Yo tengo las mías y no sé absolutamente nada de las de los demás. Carmina, la jefa entrante, no conoce las suyas porque la saliente se guardó para sí toda la información, aunque tampoco se ha ocupado de averiguar, ni de aprender, ni siquiera se molestó en abrir el documento con los requerimientos para saber de qué porras va el asunto. Lo que sí hizo fue ignorarme cuando le dije varias veces que esa era su parte porque hacerme caso no le convenía.
Cuando empecé a rellenar las tablas con la información que me pedían vi que había un dato que tendría que consultar. ¿Pero a quién? Es obvio que mi jefa debería estar al día de todo lo relativo al personal de nuestro departamento. La realidad es que no lo está. A pesar de eso, iba a preguntarle, a ver si se da por aludida de que se tiene que poner las pilas. Si acudimos a otras personas en busca de ayuda, si Sandra le sigue preguntando a Diana porque ella lo sabe todo, la nueva va a vivir muy cómoda pensando que su trabajo es sencillísimo, para qué va a hacer más. Pero entonces Sandra se metió por el medio y me convenció para preguntarle a Diana, porque de verdad Carmina no tiene ni idea.