Lunes
12 de diciembre de 2016
15:52h
Salimos de la comida de Navidad. Sandra ha estado
callada prácticamente todo el tiempo, incluso antes del gran anuncio en los
postres. Nunca la había visto fuera del zulo, con otra gente que no fueran Ana
y la Rotten. Parecía metida en su cascarón. No es que yo hablara mucho, no
tenía nada que decir en la mayoría de conversaciones que sobrevolaban la mesa,
pero ella no solo estaba callada sino que podía ver cómo se encogía a mi lado.
La calle. Nuestras compañeras hablando. Ella y yo en
silencio, incómodas. Incómodas porque sé que ella está a punto de manchar las
bragas del susto. Se lo noté sin verle la cara. Quiere ocultar la
verdad, fingir que todo va bien, pero a mí hay poco que pueda
ocultarme. Su actitud forzada para tapar lo que realmente le pasa por dentro me
ha enseñado a leerla como un libro abierto. Si se comportara de manera sincera,
probablemente no sabría qué pasa por su cabeza, habría un pequeño espacio para
la improvisación y los imprevistos. Tendremos un comienzo de año movido. Sí,
bueno, por decir algo. Silencio otra vez.