Yamam y yo empezamos a trabajar aquí el mismo día, los dos
en el mismo edificio, yo en el primer piso, él en el segundo. Cuando me crucé
con él la primera vez le dije hola y él me contestó hello y esa descoordinación
idiomática, marcaría nuestra no-relación el tiempo que estuvo en España.
Durante nuestros primeros cinco meses, cuando nos encontrábamos fugazmente en
la fotocopiadora o las escaleras, lo único que salía de nuestras bocas era mi
hola y su hello. Entonces, por sorpresa, en una fiesta que organizaron como
babyshower para mi jefa, se acercó a mí con una sonrisa encantadora, luchando
contra su timidez, y ¡quién lo iba a decir!, empezó a flirtear conmigo. En ese
momento no sabía dónde meterme. Tener que hablar en inglés con un hombre
encantador era demasiado para mí, eso sin saber que su intención era ligar. Ya
he comentado en otra ocasión que como
no suenen sirenas, no me entero de las proposiciones (in)decentes. No sé si
fue su sonrisa, su timidez o que al día siguiente una amiga me expuso con
claridad la realidad del asunto, pero empecé a sentir algo por él.
To know real love is to find peace, de Jamie McCaffrey
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Aquella época no fue la mejor para mí en lo personal. Tenía
una especie de acosador que me amargó la vida durante tres años, hasta que dejé
el grupo que ambos frecuentábamos. Mi autoestima estaba minada, mi confianza en
los demás más minada todavía. No quería ni podía estar con nadie porque era
imposible para mí creer que alguien que estuviera conmigo me fuera a tratar
bien. Así que, aunque Yamam hizo sus intentos, nunca consiguió la respuesta que
deseaba. A mis problemas hay que añadir que el pobre seguía comunicándose en
inglés, yo me bloqueaba, me tiraba infusiones ardientes por encima de lo
nerviosa que me ponía y decía tonterías incompresibles que le hacían retirarse
con el rabo entre las piernas. Como veis, la
metedura de pata con el italiano buenorro no fue la primera cagada.