Hoy es el último día de trabajo antes de las vacaciones.
Está siendo tranquilo, de hecho, a esta hora (doce y cinco) ya tengo todos mis
temas cerrados y no tengo nada que hacer. ¿Por qué no practicar un poco la
escritura? Luego leeré un rato discretamente en el ordenador. Pero ayer… Ayer
fue un día de esos en los que es mejor no levantarse de la cama.
Al poco de llegar me llamó la jefa de un departamento relacionado
con el mío. Mi jefa está de vacaciones desde el lunes y fue ella la encargada
de decirme que nos había caído un marrón. Me fastidió, me amargó, me cabreó. No
se manda un marrón el penúltimo día de trabajo. He estado conteniéndome para
hacer ciertas llamadas que implicaban carga de trabajo para otros porque solo
nos quedaba una semana y a mí me sueltan un saco de mierda encima dos días
antes de las vacaciones. Ironías de la vida.