Los vi por primera vez el día 5 de octubre. Estaban en una de las zonas más elitistas de Madrid, un lugar con máxima seguridad, cerca de un cuartel, donde la revisión y precintado del alcantarillado son periódicos. Casi cada día te cruzas con escoltas que comprueban los bajos de los coches con espejos o a la unidad canina olfateando esto y aquello. En mi esquinita de procedencia, no viví de cerca las acciones de ETA, pero esas tareas rutinarias para los escoltas me dan escalofríos, me acercan a ese pasado de terror que nadie quisiera haber vivido.
Iba de vuelta a casa y allí estaban, en medio y medio de la Castellana, llenos hasta arriba de algo que de lejos parecía una mezcla de mantas y maletas. Lo primero que pensé fue que eran restos de una mudanza, aunque en estos años he sido testigo de decenas de ellas en la zona y no han dejado ni una mísera caja con libros.