La
Rotten ha vuelto a la carga. Esto es cíclico. Y como de vez en cuando no le
cojo las llamadas, sobre todo cuando me llama cerca de la hora de salir, en una
de estas ocasiones, me envió un email:
La Rotten, un personaje del que he hablado muchísimo en el
blog porque me las hizo pasar canutas, vuelve a hacer acto de presencia. No
llegó a irse del todo de mi vida. De vez en cuando me llama con la excusa de
preguntarme qué tal estoy para que yo devuelva la pregunta y contarme todas sus
historias pulguiles. “No quiero hablar de eso”, pero siempre, siempre, acaba en
ese punto monopolizando la conversación. Por suerte las llamadas son poco
frecuentes y se acabaron las visitas sorpresas, aunque nadie sabe a quién se
puede encontrar más allá de las fronteras de la empresa.
Ha terminado la sexta temporada de Juego de tronos y siento que me he quedado huérfana. Espero retomar
pronto Mr. Robot, pero después de una
semana desde el final todavía… cómo decirlo para no dar pistas, todavía estoy
saboreando el picante explosivo del cóctel servido por Cersei. La serie ha sido
el centro de la mayoría de las conversaciones en los ratos de descanso con
Esther y Grace. Durante diez semanas hemos reído, sufrido, teorizado, vapuleado
o admirado teorías ajenas y hemos deseado ser tan buenas anfitrionas como Cersei
en este capítulo, aunque sea nada más en sueños. Casi nadie más de mi entorno
ve la serie. Nunca he sido de las que braseo a los profanos en un tema, así que
en el neozulo no hablo nunca de esto con Sandra. Sin embargo, Ana también la
sigue. Es muy sencillo atar cabos y darse cuenta de que Sandra, una vez más,
está atacada por los celos.
Escribí sobre los celos de Sandra en uno de mis primeros posts. En aquel momento estaba loquita por Mr. Lolas y me
veía como una amenaza. Incoherencias propias del ser humano las que la hacían
sentirse amenazada por mi presencia entre ella y “su” hombre, al mismo tiempo
que me despreciaba por no tener tipo de top
model y me consideraba indigna de tener pareja por sufrir sobrepeso (a mí y
a todos los gordos, no penséis que era nada personal). Una vez más pequé de
inocente y pensé que sin un machote en la sala no habría problema. No recordé
que los celosos no solo tienen ese sentimiento horrible por el objeto de sus
desvelos, también lo tienen por sus padres, sus hijos, sus amigos o,
simplemente, porque no son el centro de atención de una situación cualquiera.
Mueve la rueda del iPod, no sabe qué escuchar. Se para sin
querer en la banda sonora de Los tres mosqueteros. Sí,
puede valer, hace siglos que no le dedica un rato. Empieza a sonar All for love.
El tren se para. Movimiento de gente. De pronto, una cara
conocida… uf, no. Se parece a K. Mucho. Por suerte no lo es, no le apetece
encontrarse a nadie del trabajo en su regreso a casa. Tampoco se lo imagina subido
a un tren, qué tontería pensar que podía ser él. El doble de K. se sienta,
puede verlo de frente. No está tan bueno, pero sí alegra la pestaña. Fijándose
en él… es posible que hayan coincidido antes. Seguramente hoy lo vio desde otro
ángulo, la posición justa para que le recordara a otra persona. No se parecen
tanto.
Let's make it all for
one and all for love
Como en los sueños,
su mente vuela a otro lugar, a otro tiempo. De pronto se acuerda de su amiga
Vanesa, probablemente porque las dos veían Heroes
y ahí trabaja Sendhil Ramamurthy, indio como K. Recuerda de pronto que todavía
no le ha enviado un mensaje para desearle feliz día del orgullo friki. Se pone
una nota en el móvil para llamarla cuando llegue a casa.
Valerie suena a
tope en su ipod. El ritmo se apodera de ella y la distrae de la lectura.
Levanta la vista del libro y mira al infinito, a las colinas secas que pasan. Empieza
el estribillo. Al regresar a la lectura se fija en el brazo que tiene enfrente.
Fuerte, musculoso, sin vello. Le resulta conocido, se parece a otro… quizás era
un poco más delgado, pero son igual de pálidos. Le gustaría tocarlo, sentir la
piel. Tiene pinta de ser suave… Se ha puesto nerviosa pensando en el pasado,
haciendo un viaje paralelo montada en sus recuerdos, muy muy lejos del tren.
Paco se cuela desde el canal recordatorio de al lado:
—Pero… ¿no tiene nada de vello? ¿Ni… ahí…? —baja la mirada
para indicar la entrepierna, de pronto le ha entrado la vergüenza.
Una sonrisa asoma y se hace cada vez mayor, también más amarga. Lo echa de
menos. A Paco, no al dueño del brazo.
Llevo en
este trabajo siete años, seis meses y veintiséis días. Recuerdo mi primer día
como si fuera ayer. Casi en completa soledad. Mi jefa no pudo dedicarme más de
cinco minutos para explicarme el funcionamiento de la empresa, ni siquiera qué
tenía que hacer o por dónde empezar. En realidad ese día fue una señal bastante
fiable de lo que me esperaba aquí: soledad, soledad y soledad. Aunque gracias a
eso también gané mucha independencia y autonomía, lo que me ayudó a ser
resolutiva y a tener que moverme para salvarme el culo.
Al
principio fue duro. En mi trabajo anterior estaba en una sala enorme, sin
división de ningún tipo, llena de periodistas comentando continuamente las
noticias, preparando sus piezas para el informativo del mediodía, televisiones
funcionando siempre. Movimiento continuo y paredes de cristal con chorros y
chorros de luz entrando por todas partes. Acostumbrarme al zulo me llevó muchos
meses. Creo que tardé unos dos años en adaptarme y no deprimirme en invierno.
Hace una semana terminé uno de los proyectos que tenía
abiertos. Estoy segura de que el resultado será positivo, tanto mi compañera
como yo trabajamos muchísimo durante seis meses para sacarlo adelante y estamos
muy contentas con el resultado. Por ello, para celebrarlo, porque nos lo merecíamos,
nos fuimos a comer.
Desde el principio conectamos muy bien. Paula es muy
extrovertida, simpática, trata con mucho cariño a todos los que tiene
alrededor. En nuestras reuniones hablamos de otras cosas además de trabajo y
descubrimos que tenemos muchas cosas en común. Ahora que terminamos es probable
que no nos veamos mucho. En los próximos meses todavía tendremos contacto
porque le debo unos papeles, luego vendrá la carta de aprobación y ella me
enviará una copia para nuestros archivos. Trabajamos en edificios diferentes,
tenemos actividades diferentes e, igual que no veo a David,
tampoco la veré a ella. ¡Y David trabaja más cerca! Probablemente en otras
circunstancias, llegaríamos a ser amigas aun siendo compañeras de trabajo. Si el
proyecto hubiera sido más largo, podría haber surgido una amistad, una de esas
en las que cuando dejas de verte en el trabajo, sigues en contacto con la persona. Algunas
relaciones amorosas no llegan a empezar, algunas de amistad tampoco.