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viernes, 7 de febrero de 2020

Sara Pestes contra los jacintos olorosos


Ramo de jacintos Malvas
Jacinto, de Dorotea Hyde
Las flores y las plantas han estado presentes varias veces en mi blog, por desgracia, siempre como fuente de conflicto. En esta entrada, para no variar, volverán a causarle problemas a alguien.

A Sandra y a mí nos regalaron un ramo de jacintos, los míos malvas, los suyos morados, en un jarroncito cuadrado de cristal. Preciosos. Y, desde el momento en que entraron por la puerta de la oficina, una guerra se fue fraguando en la cabeza de Sara Pestes porque es impensable que les regalen cosas a las demás y no a ella. Primero le salió su vena cotilla y acosó a Sandra para sonsacarle el nombre del remitente. Como la otra resistió, la Pestes comenzó su estrategia venenosa contando que ella tuvo una jardinera con jacintos naturales mucho más bonitos y más olorosos que los de nuestros ramos. Ella siempre mejor.

viernes, 12 de febrero de 2016

La guerra de las cien rosas

Hace un par de semanas Sandra y Mari Pili, la recepcionista de las mañanas, tuvieron un nuevo encontronazo. No se soportan. Tienen el mismo tipo de relación conflictiva que la vieja de la limpieza y yo. Llegó un paquete para Sandra y, como siempre, Mari Pili pasó de avisarla. Aprovechó que bajé a por agua para pasarme el recado. Sandra, ni corta ni perezosa, le soltó “¿Te sabes mi extensión, no?” cuando fue a recogerlo. La otra le replicó y Sandra le volvió a repetir la pregunta.

En ninguna guerra, al menos en las oficinescas, hay bandos neutrales. Aunque no quieras te ves salpicada igual que cuando hay tormenta y, si no tomas partido por un bando u otro da igual, ya se encargarán tus compañeras de incluirte en el bando que más les convenga dependiendo de si te quieren a favor o en contra (si no te incluyen, peor, porque van todas a por ti). En esta guerra Mari Pili me pone en el bando de Sandra porque compartimos agujero. Si soy sincera, creo que la razón la tiene Sandra y, aunque no voy a inmiscuirme ni loca, ellas se encargan de ponerme en medio.

jueves, 9 de julio de 2015

Tensión por unas rosas


13000497-she's gone, por Theo Olfers
13000497-she's gone, por Theo Olfers 
Una cosa que me saca de quicio es el cotilleo. No voy a negar que cotillear de vez en cuando me gusta, pero cuando es natural, cuando lo haces porque ha surgido la noticia o la conversación. Como ejemplo, algo que me pasó el lunes. Fui a la oficina de envíos internos a enviar un par de cajas de documentos a Segovia y me encontré con una antigua compañera: Laura M. Era una de las grandes vagas de la empresa. Se sentaba en un banco en la puerta de su edificio a hablar por teléfono durante media hora, tan tranquila pitillo en mano, mientras los jefes pasaban por delante. O se iba a hacer la compra. Esto lo vi con mis propios ojos un par de veces. Iba precisamente al edificio donde trabajaba y me la encontré con varias bolsas en cada mano. Y no era su hora del café, esa era aparte. Se escondía en el cuarto de la fotocopiadora al otro lado del pasillo y dejaba la recepción abandonada, así que cuando ibas a esa oficina nunca había nadie para abrirte la puerta. Las malas lenguas dicen que se fue sin preaviso dejando a la empresa colgada. No lo creo. Esto funciona mal a veces, mejor dicho, no sé ni cómo salimos adelante, pero dudo que la hubieran contratado de nuevo en esa situación. Verla me sorprendió, de hecho en un principio no la reconocí. Y, por supuesto, cuando me di cuenta de quién era, se lo conté a mi amiga Esther y estuvimos despellejándola un poco, comentando precisamente sus pequeñas fechorías y que es increíble que haya vuelto a entrar.  

jueves, 12 de febrero de 2015

Verde esmeralda

Hace unos días estuve de cumpleaños. También Sandra. Cumplimos el mismo día. El lunes siguiente pasó nuestra jefa por el zulo y tras las preguntas de rigor me preguntó con un tonillo malicioso qué tal el fin de semana. Se miraron entre ellas y mi jefa soltó su envidioso: “Está soltera, seguro que estuvo de celebración todo el fin de semana”. Como la conozco y vi que el tono de su piel se estaba volviendo verdoso, pensé que lo ideal sería que quedara verde esmeralda y solté un tranquilo: “Por supuesto… Bueno, ayer estuve de descanso”. Juerguista, pero responsable para venir en condiciones al trabajo. Diana: el verde brillante ya estaba ahí.

Quería escribir esto con cierta ironía, reírme de la situación y sobre todo, reírme de ellas. No podía. Me toca las narices desde hace demasiado tiempo. Es cierto que una persona soltera tiene una libertad de movimientos que no tiene una persona con pareja, tenga hijos o no. Lo que me cabrea es que dan por hecho que por ser soltera, sin hijos y libre como un pájaro, no tengo responsabilidades.

jueves, 10 de abril de 2014

¿Será envidia? ¿Soledad? ¿O qué?


Rainy, por « м Ħ ж ». Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.0 Genérica (CC BY-NC-ND 2.0)
Rainy, de « м Ħ ж »

Cuanto más solitaria se siente una persona, más a menudo se ducha o se baña, más caliente le gusta que esté el agua y más tiempo se queda bajo la ducha. Lo que eso nos dice es que las personas solitarias están reemplazando, sustituyendo el calor social que no tienen en su vida, que les hace sentirse solos, por calor físico”.

Estas palabras son del profesor de psicología en Yale, John Bargh, en el minuto 16:50 del documental El cerebro automático: el poder del inconsciente (es el segundo de dos documentales sobre el funcionamiento del cerebro) y vienen de perlas para lo que iba a escribir sobre mi semana en el trabajo.

Antes de hablar el profesor Bargh, se ve a una parejita en la ducha. Pensé cuánto me gustaría estar en su lugar, ya hace algún tiempo que no me toca. Y entonces, ¡zas!, aparece Bargh soltando esa retahíla. Inmediatamente aparecieron en mi mente las imágenes de mis duchas este invierno, en las que no cierro el grifo del todo mientras me enjabono porque siento frío. Vivo sola desde hace años, me gusta, me siento bien llegando a casa y teniendo todo para mí. Sin embargo, esa ducha del documental hizo click como lo hicieron otros pequeños detalles últimamente. Un click como este provocó que me bajara de la noria hace exactamente cuatro meses. Cuatro meses y un día. Pero parece que echo de menos estar allí arriba más de lo que pensaba.