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viernes, 14 de julio de 2023

No pasó nada

THE dress, de dollyhaul
Hace un par de semanas comenzó a circular el rumor de que Carmina, la jefa, quería organizar una cena de fin de curso, pero no una copa y unos pinchos para nosotros como hacía Diana, sino un evento en toda regla con el departamento de investigación.

Íbamos hablando entre nosotras sobre el tema, por parejas. La Rotten me comentaba a algo. Luego yo le comentaba algo a Mike. Luego hablaban la Rotten y él por otro lado mientras Sandra me preguntaba algo a mí. Y a continuación Mike cuchicheaba con Pablo y el ciclo volvía a empezar.

Una de las cosas que nos molestaba más era que fuera una cena. La Rotten dijo que no iba a ir de manera rotunda, que ella tenía el pie mal y ni hablar del peluquín. Yo también dije que no. Ese día, fuera el que fuera, tenía sesión de fisio. Sandra dijo que no podía, pero que a eso había que ir sí o sí. A Mike no le importaba siempre que pudiera sentarse con Pablo para estar los dos a su bola y Pablo tenía que ir obligado porque le habían mandado organizarlo.

jueves, 22 de diciembre de 2022

La despedida (2): El evento oficial y los desaires

Hojas de un libro arrugadas

Old dictionary paper curls, de Narisa

Hay gente que tiene amigos en el trabajo. Van juntos a tomar café a media mañana, comen juntos a menudo, se llaman continuamente para consultarse temas laborales y otras cosas, se dan apoyo mutuo en caso de tener una persona subordinada conflictiva y, podría pensarse que, en caso de una celebración, si a una de esas personas le toca organizar algo para la otra, podría querer hacerle algo bonito y un poquito más especial que a los demás por ser su amiga, y se implicaría personalmente.

Hace unas semanas Sandra coincidió con Ángela, nuestra antigua jefa y amiga íntima de Diana. Sandra, que no puede ser más pánfila, cometió el error de preguntarle si iban a preparar algo para la despedida de Diana, nuestra jefa saliente. Ángela dijo que sí, pero viendo cómo se desarrollaron las cosas después, creo que lo decidió en ese mismo momento. No quedaba mucho tiempo para fin de año y aún no tenían ni fecha, ni espacio, ni lista de invitados.

Dije que Sandra cometió un error porque Ángela se tomó aquella pregunta como una oferta para colaborar. Que ya hay que tener imaginación para hacer esa deducción, pero es lo que pasa con la gente con morro. A partir de ese día empezó a acosar a Sandra para que le dijera nombres de compañeros con los que Diana se llevaba bien para invitarlos, como si ella fuera una desconocida en vez de su amiga íntima. Le endosó la tarea de decidir (ay, que me muero de la risa, decidir) qué tipo de libro de firmas regalarle: con fotos, sin fotos, escrito a mano o a ordenador, una libreta (¡una libreta!), un puñado de hojas encuadernadas (no comment)… Sandra tuvo que gestionar el pedido y conseguir las firmas en una empresa que está totalmente descentralizada porque la otra se lavó las manos.

Por supuesto, Sandra me preguntó mi opinión para cada opción que consideraba. Incluso me preguntó de quién era amiga Diana. Por favor, que no me haga reír, lo que yo tengo es la lista de la gente que la odia, y no la puedo pasar así como así. Esa sí sería una buena fiesta, todos celebrando y emborrachándonos porque al fin se larga. Llegué a detestar tanto el tema que, cuando llegó el libro de firmas, estuve a punto de tirarlo al asfalto. Y creo que debí hacerlo porque entonces Sandra se empezó a volver loca con conseguir que nuestros compañeros firmaran. Por supuesto, no hizo caso de mi sugerencia de escribir un email a la gente para que viniera a firmar a su sitio y cuando llegó el día, solo tenía media docena de firmas. Pero claro, es por estas cosas por las que a ella la han ascendido y yo sigo donde estoy, porque ella sabe pensar en la dirección correcta y decide sin dudar, con confianza.

Ya solo faltaban la sala y el catering. Ángela escogió como fecha para el sarao el día en que Diana iba a asistir a su última reunión con los jefes de grupo, así que se empeñó en que el lugar de celebración fuera en el mismo edificio. El problema es que no se puede comer y beber en todas las estancias. En ese edificio, por ejemplo, solo se puede poner catering en una estancia en el sótano (¡el sótano!), con una capacidad para veinticinco personas. Rechazó varias sugerencias de Mike, que habría podido conseguir otras salas bonitas, luminosas, aireadas y con espacio suficiente para que no nos morreáramos al meternos un canapé en la boca. Ángela dijo que no a todo como si el evento fuera para un orco y no para su amiga del alma.

Así que allá fuimos, al sótano, como quien va a las mazmorras. Apretados, con un calor insoportable (imagino que la caldera andaba por allí cerca), aunque al menos teníamos todas las bebidas que quisiéramos para capear la temperatura y el aburrimiento de esperar a que terminara la reunión.

La Rotten no quiso perdérselo, pero se negó a entrar en la habitación con la excusa de que tenía moqueta (mentira, era puro plástico) y pretendía que yo estuviera pendiente de ella. Lo que faltaba. Y estuvo a punto de joder la sorpresa porque se quedó en un descansillo por donde tenía que pasar la comitiva. No le va bien si no destaca.

Una mano y una pierna con pantis a rayas verdes y blancas, yacen bajo una silla. Al lado una botella de whisky vacía.
Toasted, de Apionid

Puedo decir que, a pesar de la temperatura alta, los apretujones y los agobios, salió bien.  Comida y bebida abundante (porque lo encargó Mike, pero al menos la jefa cutre dio el visto bueno), Sandra pudo conseguir algunas firmas para su libro, a mí me salió un ligue y encontré a gente a la que hacía siglos que no veía. Mike, Pablo, Sandra y yo casi cerramos el cotarro y los del catering me prepararon un tupper con cositas que sobraron, aunque yo solo les había pedido la tortilla.

Y diréis. ¿Y los desaires? ¿Dónde están los desaires si todo salió tan bien?

Cuando Diana entró en la sala y se encontró con todos nosotros aplaudiendo fue muy emocionante, se le saltaron las lágrimas y todos acabamos llorando por contagio (yo de alegría, otros a saber por qué). Entonces soltó un pequeño discurso, tan rebuscado que tengo la teoría de que lo tenía preparado. Estoy segura de que imaginó que le harían algo así en sus noches sin dormir y lo practicó hasta gastar la almohada para que pareciera natural.

Les agradeció a los jefes de grupo su apoyo durante todo este tiempo, un rollazo en el que no tuvo la decencia de dedicar ni un simple gracias a las personas que conformábamos su equipo, que la apoyamos de verdad en el día a día, le ayudamos en todo, le aguantamos su tiranía y sus locuras. Sé que no tendrá una palabra dedicada para mí, pero no era yo, éramos el grupo del que presumía siempre con tanto énfasis que claramente estaba tapando algo. Era Sandra, a la que esclavizó hasta sacarle la última gota de sangre. Era Mike, al que le habría hecho lo mismo si se hubiera dejado. Todas y cada una de nosotras al final la soportamos y le facilitamos las cosas, aunque no nos cayera bien.

Tampoco abrió el regalo. Sandra se lo dio dos veces. La primera quizás no era el momento, todavía estaba abrumada, agobiada por estar todo el mundo a su alrededor. La segunda, soy testigo, se fue por la tangente colgándose la bolsa de la muñeca y cambiando de tema. Aún estamos esperando las gracias por ese detalle cuya búsqueda casi me desquicia. Si lo pienso, no podía irse de otra manera: fastidiando a la gente.

martes, 14 de septiembre de 2021

Acto de bienvenida 4ª ed.: Normalidad y punto

Vaso de agua
Glass, de MrHayata
Estuve pensado qué iba a ponerme unos dos meses porque muy poca ropa me sirve. Me compré un vestido. La compra fue un lío porque no podía probarlo en la tienda y tuve que cambiarlo dos veces hasta que di con la talla que me iba bien. Y al final lo descarté, improvisé y opté por algo casual, tampoco hay que ir de tiros largos, la gente ya no lo hace y el humor no estaba para ponerse elegante y pintarse el ojo. Eso sí, elegí una parte de arriba roja.
 
El mal humor fue in crescendo durante toda la semana. Me ponía enferma tener que ir por ser en un sitio cerrado en el que habría una multitud y por tener que estar rodeada de gente sin mascarilla. Felicitaciones a los que hacen botellón y tan pichis. Yo no estoy preparada para eso. Y este evento no deja de ser un botellón, solo que con licencia y en el interior.
 
Llegué con tiempo porque no sabía muy bien cómo llegar al nuevo edificio (al final no trabajo allí), además, antes quería saludar a una amiga. Me perdí: cogí el atajo que no era. Tuve problemas para entrar porque el sistema me decía que no estaba registrada. Parece que a los empleados antiguos nos dejan de lado y no pienso hacer nada por registrarme ni por darles una foto para que utilicen los indicadores biométricos de mi jeta. Tanta antelación para llegar con el tiempo justo y creo que fui la última en entrar, aunque nadie se dio cuenta.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Acto de bienvenida 3ª ed.

Mujer de rojo posando para fotógrafa
Casting Shadows, de Ian Sane
Miércoles. Acto de bienvenida a los nuevos. El tercer año que acudí, siempre de mala gana, deseando que pase pronto y cruzando los dedos para no sentirme excesivamente incómoda. Me eché protector para no quemarme y cogí el sombrero por si nos tocaba al sol como el año pasado, me puse una chaquetita por si nos tocaba en la sombra como hace dos años y salí.

Llegué pronto al patio del edificio donde trabajaba antes. Solo estaban mis compañeras de departamento, los camareros y… uf, cojo aire, Luis el bibliotecario sentado en un banco. Luis es raro, muy raro. Por suerte solo lo encuentro una vez al año porque trabaja fuera de Madrid, en la sede de la empresa B, pero tengo muy en mente que en el evento del año pasado no se despegó de mí y sus ojos se lanzaron a por mi escote más de lo necesario, muchísimo más de lo que es cortés. Me hice la despistada para no saludarlo, pero enseguida se unió a nuestro grupo y no tardó nada en tirarme los tejos y hacerme proposiciones para comer juntos entre miradas que prefiero no catalogar. Aunque no le di señales de reciprocidad, al contrario, lo rechacé, siguió insistiendo e insistiendo, aun más cuando mis compañeras se separaron del grupo (capullas).

jueves, 8 de noviembre de 2018

No a una cena


Todos los años el súper jefe organiza un evento de reclutamiento de jóvenes profesionales de su área. Vienen reclutadores y candidatos de todo el mundo y, hasta esta edición, siempre ha habido fallos gordos, principalmente porque Violeta es una zángana de campeonato. No es que por eso se vaya a terminar el mundo, pero en un ámbito donde incluso los pequeños detalles marcan la diferencia entre la excelencia y la mediocridad, esos errores pueden hacer que la gente hable bien y vuelva (más pasta) o hable mal y no vuelva (menos pasta). A eso se reduce todo, a la pasta, pero si la hay, Violeta y yo tenemos trabajo y si no, nos vamos a la calle.

Attendees register prior to Collision 2017 in New Orleans, Louisiana. Picture credit: Diarmuid Greene
Nosotras los dejamos un poco más a su aire, sobre todo yo,
que me escapé para ir por libre. (Fotografía de Diarmuid
Greene, Collision Conf.)
Este año Diana, mi jefa, me pidió ayuda. Dos días antes. Para un viernes de puente. No me importa echar una mano, creo que podría decir que hasta me gusta. Salgo de la rutina, hago algo diferente, tengo contacto con gente con la que habitualmente no coincido, hablo inglés en una situación menos tensa para mí que en los saraos… Pero hay inconvenientes, claro. Fui sin tener ni idea de qué iba el asunto, qué tenía que decir si me pedían información, nadie explicaba nada, ni siquiera aquellas que se quejan todo el día de la falta de comunicación y de información. Es justo decir que fue Violeta la zángana la que me dijo más cosas sobre esto a pesar de que nuestra relación no es la mejor. Secreto (imaginad que lo digo susurrando y al oído): me dio la impresión de que en esta ocasión fue amable para que me pusiera de su lado y hacer fuerza contra el grupo de mi jefa, Sandra la Otra y Sara Pestes.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Evento indeseado, encuentro inesperado

Perro vestido para carnaval
Mardi Grass Boo Lefou, de DaPluget

Jueves. Evento de bienvenida a los nuevos. Cuando voy a esas reuniones me abruma la multitud, hablar en inglés y no entender, que me presenten a un montón de gente, tener que forzar conversaciones incómodas. Por todas esas razones, porque era en mi hora de la comida, hacía un sol de justicia y era en un jardín fui de mal humor, predispuesta a pasarlo fatal.

Antes de salir, Violeta me confirmó que iba a haber carpa, así que dejé el sombrero que había llevado, me colgué la identificación al cuello por una vez y salí tan campante. Pero cuando llegamos al sitio, tempranísimo porque mis compañeras formaban parte de la organización, nos encontramos la sorpresa: una carpa enana y tres sombrillas mínimas. Solo lo pensé un segundo, lo que tardé en preguntarles si necesitaban mi ayuda inmediata, y volví a mi oficina en busca del sombrero. Con él y unas gafas de sol enormes, me presenté en el sarao. Absolutamente de incógnito.

Lo de la sombra no fue lo único que salió mal: demasiado calor, más gente que la que había confirmado, poca comida incluso para lo previsto y, por supuesto, mi atuendo. Me puse un vestido para ir un poco mona. La gente suele ponerse de tiros largos para este evento y necesito no destacar. He notado en otras ocasiones que ese vestido me hace llamar la atención de los demás, pero me encanta, me hace delgada, me hace sentirme bien. Quizás sea la seguridad en mí misma lo que perciben, no tanto la apariencia. Lo que está claro es que el sombrero lo llevaba solo en la cabeza, no en escote y piernas.