Se acaba el año. Siempre lo he imaginado como un círculo,
quizás como una elipse como la de la Tierra alrededor del Sol, con los extremos
juntándose, bien pegaditos para que no se diferencie el principio del final. Si
no me paro a pensarlo diría que estoy como empecé y, en realidad, no estaría
mintiendo. Sigo en el mismo trabajo, en la misma casa, con el mismo estado de
salud y el mismo estado civil, incluso con el mismo color de pelo. Lo básico. Sin
embargo, quiero ir al detalle.
He conseguido que mi dieta funcione, así que
he adelgazado y mis análisis han mejorado. La Rotten ha dejado de acosarme, me
llama de vez en cuando, pero es totalmente tolerable. En realidad no, mi estado
de salud no sigue siendo el mismo porque ahora no necesito ir a terapia. Mis
viajes en tren son completamente fríos, aburridos y decepcionantes. Las clases de
inglés están dando sus frutos. He comenzado a escribir de nuevo y he conocido
gente con la que compartir ideas. Además, nos han comunicado que nos van a cambiar
de despacho y, aunque la mudanza aún no se ve en el horizonte, ya tenemos uno
asignado (con ventana) en el mismo edificio en el que estamos. Aún no sé si
será para bien o para mal. Si lo pongo en una balanza, la ventana es lo único
en la pesa de los positivos, pero prefiero no adelantar acontecimientos.
La reflexión de esto es que cambiamos sin darnos cuenta.
Físicamente la gente me dice que estoy diferente. Yo me miro al espejo y, casi
rozando la mentalidad de anoréxica, me veo exactamente igual. Psicológicamente
ni siquiera soy capaz de ver el cambio, aunque supongo que todas las
experiencias vividas han dejado su huella.
Esto va a ser corto. Sólo quedamos tres personas por aquí y
todo está en silencio. Antes de irme retomaré una vieja costumbre: merendar con
Circe antes de salir. Hoy celebramos el año nuevo por adelantado y, gracias a
la magia del solsticio de invierno, todo vuelve al punto en que comenzó nuestra
amistad.
Feliz año a todos.