Glass, de MrHayata |
Glass, de MrHayata |
La vuelta al trabajo después de las vacaciones suele estar marcada por esperanza. La esperanza de que tras el descanso las cosas sean diferentes, de que hayan cambiado un pelín, de que nuestras compañeras y nuestras jefas vuelvan como la seda y no sean tan porculeras, de que al fin haya una motivación para levantarse, de que el transporte público funcione bien por una vez. La misma esperanza que se tiene cuando se comen las uvas en año viejo y esperas que el año nuevo sea diferente, mejor. Solo que el año nuevo es un segundo después y estás igual, pero con la copa de champán medio vacía (con suerte) en vez de estar medio llena.
Hace unas semanas entraron en vigor nuevas tarifas de la luz por tramos horarios identificados con un código con color:
ROJO para las horas pico con el precio más caro;
VERDE para las horas valle con el precio más barato;
AMARILLO para las llanuras con un precio intermedio.
Los fines de semana y los festivos son tarifa verde, pero los días laborables, las horas pico, por supuesto, corresponden a los momentos de más uso, cuando hacemos la mayor parte de las tareas del hogar y, desde marzo del año pasado, las horas en las que trabajamos en nuestra casa.
Si usas un par de electrodomésticos a la vez en las horas rojas, la factura puede dispararse unos cuantos euros sin darte cuenta. Y no se trata de que nos empujen a planchar a las once de la noche o a hacer la colada de madrugada impidiendo dormir a los vecinos, es que habrá en casas que dos personas trabajen a la vez utilizando cada una su ordenador, luces, puede que impresora, más el aire acondicionado o ventilador ahora en verano y la calefacción en invierno. Eso es lo que se van a ahorrar las empresas.
Reina, de Patrick Emerson |
Dos minutos para las diez y apareció la Rotten. La semana no puede empezar sin que ella aparezca por aquí dos minutos antes de mi reunión semanal. Le dije que me estaba conectando y se fue.
Llegué primera. Pasó el tiempo, y pasó, y pasó. Diana no apareció ni avisó.
Lunes 8 de febrero de 2021
Por tercera vez Diana, mi jefa, me ha dado plantón en nuestra reunión de puesta al día de los lunes. Me fastidia que no me avise porque mientras estoy pendiente de si se conecta o no, no puedo avanzar en nada. Normalmente le doy un margen de quince o veinte minutos y luego me desconecto. Si quiere hablar conmigo ya me llamará.
Media hora más tarde de la hora de inicio saltó un aviso de llamada perdida en Teams de Diana. Pensé que era raro porque era del mismo minuto en que estaba mirando la pantalla. La llamé y me desvió al buzón de voz, así que me conecté a nuestra reunión y seguí a la mío. Cinco minutos después Sandra me escribió un mensaje para decirme que estaba en una llamada con Diana, que no lograban añadirme a ella. Les confirmé que estaba frente al ordenador que me llamaran cuando quisieran, pero pasaba el tiempo y no había aviso. Cuando al fin me llamaron mi jefa me pidió dos cosas: la primera, que revisara por mi cuenta una tabla que teníamos que revisar las dos (ella, más bien). Le pedí que me dijera en qué quería que me fijara y noté que le sentó mal. La segunda, que en la reunión de la tarde… Y eso fue el remate porque no supo decirme claramente qué quería de esa reunión y también le sentó mal que le preguntara. No sé para qué me llamó. Nos lanzó a Sandra y a mí a una jaula de leones. Tres minutos antes de terminar la jornada me llamó para saber si estábamos vivas… o enteras. Y de paso me puso otra reunión para mañana.
Miércoles 27 de enero de 2021
Decidí que hoy me quedaría en casa a trabajar. Primero decidí que quería comer caliente y que iría solo por la tarde, pero por la mañana me había quedado dormida, desayuné un poco más tarde y no me apetecía comer temprano para llegar a tiempo a la oficina, así que cambié de opinión y me quedé. Aun así, tenía que salir a clase de inglés.
Al salir de la estación vi la tienda de El corte inglés que hay enfrente de la academia y recordé que quería mirar un juego de toallas. Desde que volví a Madrid en septiembre, organizo mi vida para coger lo mínimo posible el transporte público. Aprovecho que tengo que ir algún sitio por “obligación”, como las clases de inglés o la sesión de fisio, para hacer recados por la zona, así que hacía tiempo que necesitaba unas toallas nuevas, pero no había tenido la oportunidad (ni las rebajas) de ir en busca de unas hasta hoy. Era el día perfecto porque no iba cargada con la mochila del trabajo ni con el ordenador, así que me puse una nota en el móvil para después de la clase y, al salir, allá me fui.
Calle de Madrid todavía sin limpiar, Dorotea HydeDorotea Hyde |
Lunes 18 de enero de
2021
Me tocó ir a hacer la prueba de covid para poder ir a trabajar a la oficina. Como abrieron las instalaciones de la empresa el miércoles pasado, pensé que las calles estarían mejor, pero algunas estaban en muy mal estado. Otras estaban decentemente bien, con caminitos pegados a las casas. Tenías que elegir entre no patinar en el hielo o que no cayera algo sobre tu cabeza. Pero lo que más me impactó fueron las calles que todavía estaban cubiertas de nieve porque dan una idea de cómo fue la nevada regalada por Filomena. Me costó llegar.
Tarta de queso (bueno, media), de Dorotea Hyde |
Después de las vacaciones de Navidad, decidí quedarme un par de días más en casa de mis padres aprovechando que puedo teletrabajar. Solo eran un par de días, así que para qué íbamos a hacer la trenza, para qué íbamos siquiera a peinarnos. Pero claro, sin planificar nada era muy difícil comer a una hora decente para evitar sentarme frente al ordenador con el bocado atascado en la garganta. De llegar a tiempo a las clases de inglés ya ni hablo. Cuando estoy en casa cocino el día anterior para tener la hora del descanso lo más despejada posible. Sé que soy un poco como Phileas Fogg en ese sentido, pero mi costumbre de comer a las dos choca con las tres que ha establecido mi padre y ya no digamos con la falta de conciencia horaria de mi madre. Cada quien por su lado y todo un desastre. Así y todo, conseguí llegar a la mitad de la clase de inglés del trabajo, aunque engullendo más que comiendo y pasando un buen agobio. Y no fueron esos los peores días.