Jueves 19 de marzo de
2020
11:15h
En Twitter me he quejado más de una vez de la presión a la
que la Rotten me sometía para que le diera mi número de teléfono, presión que
aumentó cuando se hermano tuvo el accidente hace unas semanas (iba a contar
esta historia antes de que pasara todo lo de Don Voz Sensual y esto del
covid-19; ahora quedará mencionada de refilón). Cuando nos vinimos a trabajar a
casa no me quedó más remedio que dárselo porque necesitábamos estar en contacto
la una con la otra por temas de trabajo. Ella se fue sin portátil de empresa y
a mí, de momento, el teléfono virtual no me funciona.
Acabamos de colgar. Ayer nuestra jefa, Diana, nos convocó a
todas las del equipo para una reunión diaria. Yo estaba en clase de inglés y
solo vi el aviso de que me había incluido en un grupo de Microsoft Teams y otro
de Outlook convocándome a una reunión diaria a partir de hoy. Así que terminé
la clase con tranquilidad, instalé la aplicación y cuando me conecté para ver
cómo era, vi que todas, menos la Rotten y yo, habían estado presentes en la
primera reunión. Rotten y yo estamos indignadas porque claramente es para
controlarnos, aunque yo sigo teniendo cosas que entregar a la gente con la que
trabajo en los proyectos y sigo teniendo fechas de entrega. Además, pierdo una
de las
ventajas
de trabajar en casa: no ver a Sara Pestes. Vale que serán solo unos
minutos, pero su negatividad tendrá la oportunidad de expandir sus tentáculos a
través de la red. Y luego que la convocatoria fue de un momento para otro, como
si no tuviéramos cosas que hacer. Ya cuando trabajamos presencialmente, mi jefa
asume que estamos disponibles en cualquier momento y no. Quizás ahora no pueda
salir a llevar documentos a encuadernar, a llevar y recoger papeles firmados,
pero la vida sigue y aún tengo mis clases de inglés.
Pero lo más “terrible” de esto es que la Rotten y yo somos
un apoyo mutuo la una para la otra. ¡MAL!