348/365 - 9/21/2011, de Gabriela Pinto |
Esta vez toca una historia superficial, estoy
demasiado cansada de todo el curso, del trabajo del último mes, harta de la
rutina, para pensar en algo serio. Va de unas cajas plegadas que nos acompañaban tras la puerta desde que
terminé la segunda parte de la mudanza de oficina en septiembre. No molestaban
mucho salvo por estética. Teniendo en cuenta que entre Sandra y yo tenemos unas
seis cajas abiertas, llenas de cosas, porque no tenemos estanterías, las cajas
plegadas tras la puerta realmente no molestaban nada ni eran lo más feo de la meeting room, aunque la Pestes, al
principio, se quejaba bastante de ellas. Las señalaba con el dedo cada vez que
alguien venía de visita por aquí y la gente se giraba preguntando ¿qué cajas? Y
al fin las veían, después de recorrer toda la estancia con la mirada y de que la Pestes insistiera e insistiera con
su dedo agresivo y punzante.