Senior Pictures – Tradon, de Kerri Polizzi
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Hace unos cuantos años ya, Sandra comenzó su cruzada
personal para conseguir que la empresa le financiara un máster en una universidad
top con la que tiene acuerdo. Antes
de otorgar la pasta, hace firmar un contrato al empleado o empleada para que no
se largue en dos años y ganar un puñadito de personas masterizadas de las que
presumir. Normalmente la gente acepta para conseguir un ascenso, además de una
subida de sueldo (no siempre sustanciosa), un buen puñado de horas extras no
pagadas y la atadura casi permanente al teléfono durante el tiempo libre, con o
sin necesidad. Lo último no lo desean, pero va en el saco. En otras empresas
probablemente la situación sea similar, sin embargo, la mayoría se va pasados
esos dos años.
En el caso de Sandra, ella dice que Ángela (nuestra jefa
anterior) se lo puso como condición para hacerle un contrato de cuarenta horas
semanales porque su máster en una universidad mediocre no era válido. Aquí
empezaron las
mentiras. Cuando a mí me contrataron, no tenía un máster, ¿de
cuántas horas es mi contrato? El noventa por ciento de secretarias y
administrativas no tienen máster, ¿de cuántas horas es su jornada? La mayoría
de comerciales e informáticos no tienen máster, ¿cuántas horas a la semana
trabajan? Ella lo que quiere es un puestazo, pero le da vergüenza reconocerlo. Los
motivos darían para otra entrada, muy compleja además, porque antes tendría que
separar las mentiras de la verdad y eso me produce dolor de cabeza en este
momento. Así que hoy voy a seguir con la historia diciendo que alentada por
conseguir las cuarenta horas, más dinero y un cargo, pero también unas
condiciones que no quiere, empezó el periplo para que la admitieran en algún
sitio.