Por la tarde tenía que hacer unas compras y aproveché la
hora de la comida para acercarme a un cajero. Desde hace un par de semanas
tenemos una hora para comer y salimos una hora antes, así que elegí una oficina
que me queda a diez minutos. Al llegar al primer cruce vi a lo lejos al
Guardián de la puerta hablando con la chica de la limpieza delante del edificio
que le toca este mes. Se me puso un nudo en el estómago provocado por la
contradicción, una mezcla extraña provocada por una bofetada de celos porque no
era yo la que estaba hablando con él, celos por alguien a quien apenas conozco
(con el dato curioso de que no soy una pareja celosa, a ver por qué porras
siento eso por un desconocido), más el rechazo a encontrarme con él y que mis
hormonas se vuelvan a alterar solo por un saludo.
viernes, 11 de mayo de 2018
viernes, 20 de abril de 2018
La voz
¡RING, RING, RING!
—Hola, Érica, soy
Fernando P. y te llamo…
Illustration Friday - Climb, de Gasbombgirl |
Solo un par de segundos y ya está perdida. Esa voz la hace
subir en una nube y volar, alejarse de la oficina y perder la noción del tiempo
y el espacio. Grave, rebosante de masculinidad en cada decibelio, habla con
formalidad al principio, pero se vuelve distendida después de la respuesta de Érica
con un tono que indica cercanía. Tienen casi la misma edad y a ella no le
gustan los formalismos porque levantan un muro que dificulta su trabajo. Para
hacerlo, bucea entre los más oscuros secretos de los currículos de algunos de
sus compañeros, puede descubrir carbón en lo que ellos hacen pasar como diamantes.
Y lo saben. Es mejor que confíen en ella desde el principio y no se muestren
con la máscara. Es el caso de Fernando. Claramente expone lo que tiene y lo que
no, reconociendo sus puntos fuertes y sus carencias. Para reconocer ante ella
que tenía que haber hecho más de eso o de aquello tiene que tener mucha
confianza en sí mismo. Eso dice mucho de él y a Érica le encanta, ha encontrado
muy pocos así. En eso piensa mientras Fernando P. habla. Luego intenta
contestarle sin que se lee note que está temblando.
viernes, 23 de marzo de 2018
En el centro del patio
Fotografía de Tama66 |
En la entrada, a su espalda, se ha quedado el Guardián
vigilando la puerta o lo que haya que vigilar. A salvo en su garita la saluda
con la mano y una sonrisa, a veces un hola y una sonrisa, siempre amable, nada
más. Ella tampoco ofrece más que sonrisas amables y sinceras, aunque quisiera entregar algo más.
Él no se deja. Si está en el exterior siente inseguridad y esquiva las miradas
de la chica dirigiendo sus ojos color miel a un lado, al suelo, a cualquier
parte excepto a ella.
viernes, 2 de marzo de 2018
Diario de un "Ascenso" (8): El acoso
Telephone Box London, de Sacha Fernandez |
Martes 27 de febrero
de 2018
18:42h.
Suena el teléfono. Recordaba en mi entrada
anterior que todas las del diario de la Rotten comienzan con una llamada de
teléfono suya o directamente con su persona apareciendo en la puerta. Dando el
coñazo, vamos. Ésta no es una excepción, solo que esta vez tengo el teléfono a
la vista y me acuerdo de mirar la pantalla. Sí, la miro y veo su nombre:
Ascensión. Y no cojo.
No lo cojo solo porque esté hasta el culo de ella, porque me
amarga, por la desgraciada historia que tenemos en común, sino porque ella cree
que salgo a las seis y media (18:30h), así que ¿qué porras hace llamándome doce
minutos después? No se limita a que suene un par de veces para que quede el
registro y yo le conteste al día siguiente. No, ella no admite un no por
respuesta así que lo deja sonar a ver si por un casual tengo telepatía y puedo
darme la vuelta para atenderla.
He quitado el sonido, me duele muchísimo la cabeza. Ver esa
pantalla iluminada cuando debería estar apagada me cabrea, me intensifica el
dolor. Miro para otro lado e intento ignorarlo. Solo pienso en recoger.
viernes, 23 de febrero de 2018
Diario de un "Ascenso" (7): los resultados de la vacuna
Jueves 15 de febrero de 2018
18:20h
Pulga, de Lady Orlando |
Suena el teléfono. Todas las entradas del diario de
Ascensión, la Rotten, comienzan de manera parecida, con una llamada o una
visita. Suena y suena, estoy a punto de no cogerlo, pero estoy pendiente de una
llamada. Como siempre, tengo el teléfono tapado por la CPU, no veo quién llama,
vivo confiada. El caso es que lo cojo sin mirar el nombre y ahí está, con su
vocecita de niñita-vieja, medio susurrada. Soy idiota a más no poder. ¿Por qué porras
he descolgado?
Hola, Dorotea, ¿no has cogido la gripe? Así de sopetón. Una
pena que no la tenga, por fin me tomaría ese café con ella para pasársela tosiendo
sin taparme la boca. A continuación sigue
preguntando por mi estado, que si llevo mejor el trabajo. El control, ahí está.
Le digo que sí, pero es solo parte de mi estrategia. Si cree que voy a ir a
tomar café con ella solo porque puedo respirar, y dormir, e irme a mi casa a la
hora que me corresponde, está muy equivocada. No me conoce. La próxima vez que
llame estaré alerta, miraré esa maldita pantalla y no cogeré. Y le devolveré la
llamada dos días después diciéndole que estoy otra vez hasta el cogote, ahogada
y con tal estrés que no tengo ni vida, como ella. Bueno, me ahorraré el como
ella.
miércoles, 14 de febrero de 2018
El desastre del ranking
WORL BANK, de Marco Verch |
A pesar
de que siempre me estoy quejando de aspectos de mi trabajo, la vida aquí no es
del todo mala. Además, mis críticas son constructivas, otra cosa es que las
mencione en el blog o que les hagan caso cuando puedo opinar en la empresa. Los
sueldos de las escalas bajas no son tan mierda como en otros sitios, no
fichamos (aunque a mí me encantaría a pesar de los retrasos del tren), tenemos vacaciones bastante
más largas que la media, siete días de libre disposición y cierta estabilidad.
Y dependiendo del jefe/a que tengas, puedes llevar una existencia hasta
agradable. El problema de esto es que la gente se acomoda, se asienta en su
propia felicidad, ignora lo que hay fuera y, cuando se cuece un problema, en
vez de encararlo para cortarlo de raíz, se intenta tapar o poner parches para
que parezca que todo sigue igual de “perfecto”.
Entonces explota y todo el mundo se da cuenta de que en la Ciudad Esmeralda,
las cosas son blancas y no verdes.
miércoles, 24 de enero de 2018
El café, ¿solo o con (malas) pulgas?
10 Chairs, de Bob May |
Enero está siendo un mes estresante. No solo el peor enero
desde hace siete años sino una de las peores épocas en cuanto a estrés, agobio
y presión desde que estoy aquí. El curso no empezó muy bien en septiembre y he
ido encadenando un marrón tras otro hasta ahora. La ansiedad y las ganas
de comerme la casa me visitan cada noche, también las dificultades para dormir,
el dolor muscular no se va, la cabeza…, ¿qué voy a decir de la cabeza? Nada que
no sepan las personas que tienen el mismo problema. No me quiero hacer la
víctima, solo contextualizar el momento. Miro al futuro, al día veintinueve de
enero, y solo veo un túnel negro, ni una bombilla alumbrando el camino. En
cambio, sé que hay obstáculos: una valla por cada día que falta y algún
imprevisto en forma de agujero que surge cuando menos se lo espera, siempre
receptivo para que caiga en sus redes y hacer que pierda el rumbo.
viernes, 15 de diciembre de 2017
El accidente químico
La puerta misteriosa, de Dorotea Hyde |
Abrí la puerta de la Meeting
Room y casi me desmayo. Eran las diez menos veinte de la mañana y fue una
sorpresa muda, ni hongo radiactivo ni luces boreales. Simplemente llegué con
una mochila llena de enfado y frustración porque era el
cuarto día seguido que el tren llegaba con retraso y al girar la llave,
empujar la puerta y respirar aquello supe que el día iba a ser muy largo. Primero
la vaharada me echó para atrás, se me cortó la respiración un instante (ahí fue
cuando pensé que iba a perder el sentido) y como seguí en pie entré directa a
la ventana. Justo en ese momento, tan oportuna, llegó Sara Pestes y ya no pude
abrir. Iba a dar igual, pero aún no lo sabía.
En esta oficina hay una
puerta misteriosa que da a un espacio de lo más vulgar: un pequeño almacén
al que llamo el cuarto misterioso (perdón por la redundancia) donde las señoras
de la limpieza guardan el papel higiénico, las cajas del agua, la aspiradora y
materiales de limpieza. El dichoso olor salía de este cuarto y cuando una de
ellas se pasó por aquí para coger algo y abrió la puerta, casi nos desmayamos
otra vez. Según nos contó un poco cabreada, como si nosotras tuviéramos la
culpa, como si preguntar fuera un crimen, a las del turno de tarde se les cayó
ambientador. A mí no me olía al que normalmente usan pero me abstuve de hablar
no fuera a ser que se enfadara todavía más.
martes, 5 de diciembre de 2017
Los retrasos del tren: ¿colapsan ellos o colapso yo?
A lo largo de estos años de blog he intentado evitar el tema
de los retrasos en el tren porque es algo que me enerva y me crea muy mal rollo.
He hablado del hombre con coleta, de Diego, del flautista de Hamelín, de los
atentados del 11M, del hombre murciélago y muchos de los cuentos de Lo que me inspira la música surgieron
también en un vagón. Solo una vez comencé hablando de los retrasos para
llevarlo al
terreno de la ofi, al fin y al cabo las dos empresas funcionan de manera
parecida. Por eso tiene etiqueta propia, aunque no estoy segura de que todo lo
relacionado con el tren esté
etiquetado como tal.
Durante diez años he estado cogiendo el tren a diario. Hasta
que hicieron la reestructuración de líneas cogía dos, ahora solo uno, pero no
hay mucha diferencia. Antes, en el segundo tren me tocaba ir como una sardina
de pie y ahora me toca ir como una sardina sentada. Tardo lo mismo porque hay
los mismos problemas o más. La frecuencia supuestamente ha aumentado, pero las
vías de entrada a Atocha han disminuido así que el tapón que se forma es
descomunal.
lunes, 27 de noviembre de 2017
Lo que me inspira la música (10): La tos
La chaqueta de forro polar de color rojo iba acompañada de
un tufillo rancio que, sin provocar arcadas, desagradaba. El vagón fue tragando
gente en cada estación y se vieron obligados a juntarse más de lo necesario.
Una tos del tipo de rojo esparció otro olor: el del aliento cargado de alcohol.
El que iba a su lado sintió cierta pena. Ir a las ocho de la mañana acompañado
de esos dos olores no decía nada bueno del tipo de rojo, eran la señal de una
vida triste y dejada. Podía estar equivocado, claro, al final lo único que
estaba haciendo era imaginar y suponer muy a la ligera, dejándose llevar por el
rechazo de su nariz a aquella compañía temporal.
A ratos emergía un tercer olor: lavanda del suavizante que
usaba su novia. Solo durante uno o dos segundos podía zafarse del aplastamiento
del olor rancio y del olor a alcohol, pero era suficiente para que su mente
dejara aquel vagón y volara, no solo a otro lugar, sino a otro tiempo. Al fin
de semana que habían pasado juntos, al momento en que una ráfaga de viento le
robaba la bufanda, al instante en que ella la recogía de un arbusto después de
ganarle la carrera, al segundo preciso en que juntaron sus labios en un beso
entre risas. Y otra vez la tos que traía el olor a alcohol para traerlo de
vuelta de sus ensoñaciones. Al menos se tapaba la boca para toser.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)