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viernes, 15 de febrero de 2019

Portazo va, portazo viene

Please don't slam door
The doorbells are blurry; I figure thats ok, de David Goehring
La mini ofi está a rebosar de tensiones. En cierto modo Sergio lo presagiaba en los comentarios de mi entrada anterior al preguntarme si Sara Pestes es vengativa. No creo que lo sea, pero sí quiere doblegarme, que le bese los pies y baile al son de sus gritos y sus portazos. Quizás soy demasiado cortada para enfrentarme a ella y decirle “PARA DE UNA PUTA VEZ DE MALTRATAR LA PUERTA”, pero no voy a cargar con marrones suyos, dentro o fuera de mi horario laboral. Desde que le dije hasta mañana cuando ella quería la respuesta en el momento, ha intentado una y otra vez, casi a diario, que me espatarre, que reconozca su grandeza. Me he rebelado llamándole cochina con sutileza (creo que no pilla la ironía) y abriendo la ventana para ventilar cada día, aunque a ella le molesta, o simplemente diciéndole que no.

lunes, 4 de febrero de 2019

Diario de Jekyll (3): Los berrinches de la Pestes

Miércoles 23 de enero de 2019

9:50h

Entra la Pestes quejándose de que dar clases le absorbe mucho tiempo. Ni hola, directa al grano. El idilio le ha durado poco. No la escucho, sus cosas personales me importan menos que cero. Sandra aguanta estoica. No sé qué puede sacar de esto, pero ahí está como una roca. BLA BLA BLA BLA. Un tema más para añadir a la lista de quejas.

11:30h

Me voy al descanso. Antes comía algo en mi mesa, ahora intento salir siempre porque desconectar de la oficina, de la gente, es vital para continuar. Aunque ahora está “tranquila”. La Pestes se ha largado hace ya un buen rato. En unos días tiene una visita guiada con sus estudiantes y ha ido a la galería a hacer esa visita para prepararla. Nuestra jefa no sabe nada, de hecho, invitó a Sandra y finalmente acordaron que mejor no. Sandra tendría que pedir permiso y se descubriría el pastel. Con la conflictiva fuera, se respira de otra manera.

viernes, 5 de mayo de 2017

Picores: el síndrome de las mudanzas no deseadas

Fue un pequeño susto. El miércoles cogí el tren como siempre para volver a casa y sentí un cosquilleo en mi mejilla, como la caricia de un delicado fantasma. Me toqué suavemente, casi con pudor y, al mirarme los dedos vi un pequeño bichillo de una especie que desconocía (no, no raro, es que no tengo ni idea de bichos). Hacía un poco de calor, sudaba por el esfuerzo previo y todo empezó a picarme. La caricia en la mejilla se extendió por todo el cuerpo en pocos segundos y se convirtió en urticaria sin contemplaciones. Y con la urticaria vinieron los recuerdos: la Rotten y su mudanza, las pulgas imaginarias, los sarpullidos, la locura del grupo…