La Rotten, un personaje del que he hablado muchísimo en el
blog porque me las hizo pasar canutas, vuelve a hacer acto de presencia. No
llegó a irse del todo de mi vida. De vez en cuando me llama con la excusa de
preguntarme qué tal estoy para que yo devuelva la pregunta y contarme todas sus
historias pulguiles. “No quiero hablar de eso”, pero siempre, siempre, acaba en
ese punto monopolizando la conversación. Por suerte las llamadas son poco
frecuentes y se acabaron las visitas sorpresas, aunque nadie sabe a quién se
puede encontrar más allá de las fronteras de la empresa.
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viernes, 7 de julio de 2017
viernes, 18 de marzo de 2016
Dos días
Dos días para las vacaciones. No tengo mucho lío y me aburro
un poco, pero tampoco soy capaz de terminar el libro que empecé para leer en el
rato de descanso. Muerte en Venecia,
un tostón, con todos mis respetos al señor Mann. He de reconocer que tiene un
par de párrafos que hacen que leerlo merezca la pena aunque el resto sea
infumable. Uno de ellos está ahora pegado a mi cpu. No me hace falta leerlo,
simplemente lo miro, sé lo que dice, me recuerda que no debo cometer el mismo
error dos veces. Y no, por dios, no se trata de enamorarme de un niño, eso es
asunto del señor Aschenbach. Lo mío es tan fácil de resolver como actuar en lugar de no
hacer nada.
Dos días. He cogido una nueva costumbre: hacer algo de
relajación (meditación me queda demasiado grande) a media tarde. Pero Sandra
también ha cogido una nueva costumbre: quedarse después de su hora. Y son
incompatibles. Qué curioso, ¿no? Que tenga que quedarse pero por las mañanas no
pare de darme el coñazo. Esa es una vieja costumbre que ha recuperado. Como Ana
ya no está en el mismo despacho que nosotras, me utiliza de amiga, de paño de
lágrimas, de terapeuta, de consejera. Espero que no me pregunte si tiene que ir
al baño o no porque lo va a pasar muy mal. ¡Por fin se va! Ah, no, está haciendo
el tiempo… qué triste no querer salir del trabajo porque tu destino es
una mierda de familia.
Llévame lejos... usa tu magia..., de Tonymadrid Photography |
miércoles, 29 de julio de 2015
Vacaciones yaaaaaa!
Hoy es el último día de trabajo antes de las vacaciones.
Está siendo tranquilo, de hecho, a esta hora (doce y cinco) ya tengo todos mis
temas cerrados y no tengo nada que hacer. ¿Por qué no practicar un poco la
escritura? Luego leeré un rato discretamente en el ordenador. Pero ayer… Ayer
fue un día de esos en los que es mejor no levantarse de la cama.
Al poco de llegar me llamó la jefa de un departamento relacionado
con el mío. Mi jefa está de vacaciones desde el lunes y fue ella la encargada
de decirme que nos había caído un marrón. Me fastidió, me amargó, me cabreó. No
se manda un marrón el penúltimo día de trabajo. He estado conteniéndome para
hacer ciertas llamadas que implicaban carga de trabajo para otros porque solo
nos quedaba una semana y a mí me sueltan un saco de mierda encima dos días
antes de las vacaciones. Ironías de la vida.
viernes, 8 de mayo de 2015
Como vacas sin cencerro
Hace unos años una amiga me descubrió La flor de mi secreto, de Almodóvar. La conocía, pero no tenía
ganas de verla debido a la interpretación errónea del anuncio. Cuando la
anunciaban en Canal+ ponían las escenas en las que Leo (Marisa Paredes) salía
más destruida, las más oscuras, incluso estaban editadas de tal manera que en
mi mente me monté una nueva película con el maltrato como tema principal. Al
menos ese es mi recuerdo. Nada que ver. Es cierto que tiene momentos
dramáticos, pero también tiene unos puntos cómicos muy buenos, como muchas de las de Almodóvar. Admiro en él esa capacidad que tiene de mezclar lo dramático
y lo cómico y deseo saber hacerlo igual algún día… Ey, ey, que me voy por las
ramas. Vuelvo a La flor de mi secreto.
Todo empezó porque me gustaba un compañero de trabajo. Era
turco, muy educado, amable y muy muy tímido, al menos con las chicas que le
gustaban. Había otros obstáculos, pero entre que a él le daba
vergüenza hablar español (conmigo) y a mí inglés (con todo el mundo), nunca
pasó nada. Nos veíamos, nos mirábamos y cada uno por su lado sin haber abierto
la boca. Mi amiga Esther tenía algo más de contacto con él así que le pedía que
me contara cosas, por si podía darme alguna clave. Pasó un tiempo y yo seguía
sin tener oportunidad para hablarle a solas (el email nunca funcionó, aunque lo
intenté). Y no sé cómo llegamos al día de La
flor de mi secreto. Supongo que de nuevo estaba contándole a Esther que era
imposible hablar con él. No recuerdo sus palabras exactas, pero fue algo
parecido a: “Ese chico es demasiado tímido, a veces habla para el cuello de su
camisa, seguramente es virgen [aquí mi cara de alucine y una serie de
fantasías que me hicieron entrar en calor repentinamente]. Y está muy solo, es
como una vaca sin cencerro”. ¿Una vaca sin cencerro? Y La flor de mi secreto entró en mi vida.
martes, 17 de junio de 2014
Cómo las cosas nos afectan más de lo que pensamos
Lunes 16 de junio de 2014
17:39h
Hace tres meses y un poquito di por terminada la “historia” de David, aunque confieso que no perdí la
esperanza del todo. En aquel post comentaba que mi última oportunidad era la
entrega de los papeles que estaban en mi poder. Ese momento nunca existió.
Fueron pasando los días y las semanas. Hace un mes me escribió un email
pidiéndome que se los enviara por correo interno. Esos papeles suelo llevarlos
yo misma y ni siquiera los dejo en los cajetines, sino que los entrego en mano.
Pero en este caso me enfadé y los envié sin preocupaciones ni remordimientos
por si se perdían. No me confirmó si le habían llegado o no. Me lo tomé como
algo personal. Ni siquiera tiene que desviarse para ir de su casa al trabajo o
al revés, sólo cambiar la ruta. Sí, me sentó fatal que no quisiera volver a
verme porque el mensaje era claramente ese. Por muy ocupado/a que estés,
siempre se buscan excusas para ver a la persona que te gusta. Tenía el asunto más
o menos olvidado, pero ese fue el detonante para alejarlo definitivamente de mi
pensamiento… Bueno, vale, a veces
regresa porque algo me lo recuerda, unos ojos iguales a los suyos, o la misma
colonia. ¿Joder, tanto me afectó? Pues se ve que sí.
jueves, 6 de marzo de 2014
Hoy me hago la víctima
Estoy
triste. Es cierto que no es la mejor época de mi vida, pero siempre intento
sacar algo positivo de las cosas para no hundirme. Hoy no puedo. David y yo
hemos terminado nuestro proyecto, mañana vendrá a recoger unos papeles y ya no
lo veré más. Trabajamos en la misma empresa, en edificios diferentes que no
están ni a doscientos metros de distancia. Nunca me lo encuentro. Quizás es
porque tenemos horarios distintos, porque salimos en direcciones opuestas o
porque él pasa mucho tiempo de viaje. El caso es que mañana será la despedida (definitiva).
martes, 10 de diciembre de 2013
Quiero un plato de spaghetti
Esta mañana tuve una reunión con un compañero de trabajo que
es italiano y que está buenísimo. De momento le llamaré David. Si en el futuro
hay otro post sobre él, espero acordarme pensando en el David de Miguel Ángel. O…
puede ser una idea fatal si me lo imagino desnudo, como estoy haciendo ahora, y
luego cuando lo tenga delante me pase lo mismo… ay, qué terrible, voy al grano
que me desconcentro.
David y yo nos conocimos cuando él llegó a la empresa. Es
bastante tímido así que pasó de mí y yo de él. Todas las chicas estaban
loquitas por él: alto, ojos que te miran y te atraviesan, treinta y pocos, italiano,
soltero, hetero. ¿Tengo que repetir soltero y hetero? ¿E italiano? Al poco
tiempo, tuve que ayudarle en un pequeño proyecto, pero casi todo el contacto
fue por email. Vino a firmar unos papeles y punto. No le vi eso que le veían
las demás tan irresistible. Sabía que nos encontraríamos en el futuro, pero no
tenía prisa ni ganas.
Hace un poquito más de un año, el super jefe reunió a un
grupo de gente para empezar un nuevo proyecto y me presentó como la persona que
les iba a dar apoyo. Uno de los miembros del grupo era David. Sentado solo, un
poco apartado y mirándome sin cortarse un pelo en vez de hablar con sus colegas.
Yo, que normalmente estoy en la parra en estos temas, sobre todo en el curro,
pensaba como una idiota por qué me miraría así, hasta que de tanto insistir,
caí en la cuenta, se me subieron los colores y me senté en mi sitio dándole la
espalda. Pero ya estaba perdida porque al fin le había visto ese no sé qué del
que hablaban todas.
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