Ay, madre, que han vuelto los viejos tiempos. No sé si es
que esta silla es mágica o tiene implantada tecnología futurista pero me parece
que he viajado en el tiempo y las antiguas situaciones culebrónicas han
desembarcado en el neozulo. Como decía una de las viejitas de mi familia: “Cogí
miedo, cuca”.
Easily Offended, Overly Sensitive, de lookcatalog. Ilustración de Daniella Urdinlaiz |
La semana pasada leí un artículo sobre Qué hacer cuando tu compañera* empieza a llorar.
Nada más ver el título pensé que aquello iba conmigo porque una gran parte de
mis compañeras de zulo han llorado. La primera fue Ofelia. Hablaba como una
cotorra por teléfono (la principal marca de la casa), pero curiosamente salió
para atender LA llamada. No sé qué le dijeron que empezó a llorar como una
fuente. ¡Pobres árboles del patio! Era demasiado para ellos verla en ese estado,
así que entró corriendo envuelta en mocos y lágrimas para seguir con el
espectáculo a mi lado. Preocupada, hice lo que el artículo dice que no se debe
hacer: preguntar. El corte que me metió me dejó desangrada en la moqueta: “son
asuntos de familia”. Inmediatamente llegó Mari Pili corriendo lo que sus zancos
le permitieron y casi sin respirar le preguntó lo mismo. Como premio al
esfuerzo recibió un dulce “Nada Mari, no es nada, no te preocupes”. Esa segunda
respuesta me dijo mucho más que la primera, así que cuando repitió numerito
unas semanas después no recibió el aplauso que en realidad quería. Para
conseguirlo, ¿qué hizo? Sorber muy muy fuerte por la nariz, tanto, que nos
quedamos sin polvo en la moqueta. A pesar del desagradable ruido, me mantuve en
mis trece y ni una mirada, ni una. Eso se repitió una tercera vez. Mi nivel de
paciencia estaba a nivel del núcleo terrestre (no sólo por los llantos) y la
volví a ignorar. Es más, si mi actitud la disgustaba, mejor.