Jueves 2 de junio de 2016
11:30h
Suena el teléfono. Está en una esquina de la mesa, la
pantalla tapada por la cpu en vertical, así que cojo ignorando quién llama. Un
diga sale despreocupadamente de mi boca. Error. Es ella. Abrí la puerta el otro
día y no ha dudado en cruzarla, lo que me extraña es que haya tardado tanto. No
he sido sincera. No he mentido pero sí he ocultado información. Cuando
me llamó el otro día, me dio tantísima pena que me ofrecí a traerle jabón
casero. ¡MEC! Sí, lo sé, fue un error que ya estoy pagando. Cuando se lo llevé
(sí, encima se lo llevé, alimentando aún más su fantasía de pulgas en la
moqueta) tenía para mí una trampa para hormigas, para combatir a las que entran
cada año en mi casa. No, no. No es que yo no sepa comprar exterminadores de
hormigas, es que su trampa es muchíiiiiisimo mejor que cualquier otra que pueda
comprar. Salí de allí con una mezcla entre cabreo y pena que me gustaría no
sentir más, sobre todo lo relativo a la pena.
Vuelvo a la realidad tras los recuerdos. Me cuenta que hay
una conjura contra ella en la empresa. Es la única secretaria a la que no le
cancelan las guardias. Es cierto, en parte, pero es lo que pasa si te metes con
la persona que organiza los turnos. No solo me llevó a mí al borde de la locura
y, cuando vences a personas que son superiores a ti en la empresa pero no
mueren, puedes tener por seguro que habrá consecuencias. La clave de esto es
que ellas (la jefa de las guardias y su secretaria) la están martirizando, pero
cuando la Rotten las machacó era por una buena causa porque ella es perfecta y
no comete pecados.
Voy a desconectar un rato.