No me apetece escribir. Podría encontrar algún tema, pero no
tengo ganas. Lo que conté en mi última entrada sobre la Rotten me hundió. Martes nueve y miércoles diez.
Para olvidar. El fin de semana me fui de viaje y no logré desconectar. Me pasé
los dos días llorando. Sé que debería plantarle cara, pero ahora mismo estoy
aterrorizada y no sé cómo salir de ese hoyo.
Hace un rato que estuvo aquí. Dos veces. Llegué a las cuatro
menos cinco y estuve un rato con mi amiga Esther. Le conté que había venido por
la mañana y que había pasado de ella. No la podemos criticar porque, en cuanto
la mencionamos, aparece. Quiero dominar ese poder que tenemos a ver si también
puedo utilizarlo para invocar tíos buenos. Simplemente susurraré “Dani” y
aparecerá en el mismo tren que yo, me mirará por encima de su libro con su cara
seria de siempre, esta vez un segundo más que normalmente y al bajarnos me dirá:
Te acompaño. ¡No, joder! (perdón por el taco). Esos son sueños y últimamente lo
único que tengo son pesadillas. Y hoy van tres. En la tercera acabó contándome batallitas
del niño de mi jefa, orgullosa como si fuera su nieto: “ya cuando era bien
chiquitín yo vi que era muy espabilado”.
Estoy pensando en buscar ayuda. Me ha vencido igual que ha
tumbado a otros más fuertes que yo.