lunes, 2 de julio de 2018

El insólito instrumento para ligar

Manos saliendo de una caja de cartón
348/365 - 9/21/2011, de Gabriela Pinto
Esta vez toca una historia superficial, estoy demasiado cansada de todo el curso, del trabajo del último mes, harta de la rutina, para pensar en algo serio. Va de unas cajas plegadas que nos acompañaban tras la puerta desde que terminé la segunda parte de la mudanza de oficina en septiembre. No molestaban mucho salvo por estética. Teniendo en cuenta que entre Sandra y yo tenemos unas seis cajas abiertas, llenas de cosas, porque no tenemos estanterías, las cajas plegadas tras la puerta realmente no molestaban nada ni eran lo más feo de la meeting room, aunque la Pestes, al principio, se quejaba bastante de ellas. Las señalaba con el dedo cada vez que alguien venía de visita por aquí y la gente se giraba preguntando ¿qué cajas? Y al fin las veían, después de recorrer toda la estancia con la mirada y de que la Pestes insistiera e insistiera con su dedo agresivo y punzante.

viernes, 1 de junio de 2018

Compañerismo y sinceridad

tres mujeres
Así de nítida es nuestra amistad.
3 dames, de Feo Lernández.

Compañerismo y sinceridad. 1.
Resulta que estaba yo un poco agobiada porque mi jefa me había pedido unos datos con urgencia. Sandra estaba en la meeting room cuando apareció Diana para explicarme lo que quería, escuchó atentísima la fecha inminente de entrega y en cuanto nuestra jefa salió por la puerta empezó a parlotear como una cotorra. Con los cascos puestos, solo veía de reojo sus labios moviéndose, pero mis oídos empezaron a percibir poco a poco el aumento de volumen para llamar mi atención. Me estaba poniendo del hígado y finalmente sucumbí. Primero me preguntó si necesitaba ayuda, que no falte la cortesía. Luego quería que le explicara cómo llegar al trabajo en transporte público desde su casa, como si yo supiera dónde vive y no existiera internet.

viernes, 11 de mayo de 2018

La ruta de los cajeros



Por la tarde tenía que hacer unas compras y aproveché la hora de la comida para acercarme a un cajero. Desde hace un par de semanas tenemos una hora para comer y salimos una hora antes, así que elegí una oficina que me queda a diez minutos. Al llegar al primer cruce vi a lo lejos al Guardián de la puerta hablando con la chica de la limpieza delante del edificio que le toca este mes. Se me puso un nudo en el estómago provocado por la contradicción, una mezcla extraña provocada por una bofetada de celos porque no era yo la que estaba hablando con él, celos por alguien a quien apenas conozco (con el dato curioso de que no soy una pareja celosa, a ver por qué porras siento eso por un desconocido), más el rechazo a encontrarme con él y que mis hormonas se vuelvan a alterar solo por un saludo.

viernes, 20 de abril de 2018

La voz


¡RING, RING, RING!

Hola, Érica, soy Fernando P. y te llamo…

Piernas con medias y liguero. Sofá rojo
Illustration Friday - Climb, de Gasbombgirl
Solo un par de segundos y ya está perdida. Esa voz la hace subir en una nube y volar, alejarse de la oficina y perder la noción del tiempo y el espacio. Grave, rebosante de masculinidad en cada decibelio, habla con formalidad al principio, pero se vuelve distendida después de la respuesta de Érica con un tono que indica cercanía. Tienen casi la misma edad y a ella no le gustan los formalismos porque levantan un muro que dificulta su trabajo. Para hacerlo, bucea entre los más oscuros secretos de los currículos de algunos de sus compañeros, puede descubrir carbón en lo que ellos hacen pasar como diamantes. Y lo saben. Es mejor que confíen en ella desde el principio y no se muestren con la máscara. Es el caso de Fernando. Claramente expone lo que tiene y lo que no, reconociendo sus puntos fuertes y sus carencias. Para reconocer ante ella que tenía que haber hecho más de eso o de aquello tiene que tener mucha confianza en sí mismo. Eso dice mucho de él y a Érica le encanta, ha encontrado muy pocos así. En eso piensa mientras Fernando P. habla. Luego intenta contestarle sin que se lee note que está temblando.

viernes, 23 de marzo de 2018

En el centro del patio

tres butacas diferentes: una naranja, una azul y otra marrón, en una habitación abandonada.
Fotografía de Tama66
Está en medio del patio casi vacío, solo hay un par de coches y unos cuantos pajarillos buscando algo para desayunar. Mira a su alrededor mientras avanza hacia el edificio. Frente a ella, desde una indiscreta ventana del primer piso, Diego la mira con descaro, sus ojos oscuros lanzan un mensaje que ella recoge y comprende, pero no puede responder porque, desde su atalaya del tercer piso, su jefa la observa con atención desde las sombras. Él se queda sin recibir nada a cambio. Esta es su rutina desde hace diez meses y, a pesar de no recibir respuesta, cada día insiste e insiste en mirarla y en seguir cada paso que la chica da a través del patio vacío.

En la entrada, a su espalda, se ha quedado el Guardián vigilando la puerta o lo que haya que vigilar. A salvo en su garita la saluda con la mano y una sonrisa, a veces un hola y una sonrisa, siempre amable, nada más. Ella tampoco ofrece más que sonrisas amables y sinceras, aunque quisiera entregar algo más. Él no se deja. Si está en el exterior siente inseguridad y esquiva las miradas de la chica dirigiendo sus ojos color miel a un lado, al suelo, a cualquier parte excepto a ella.

viernes, 2 de marzo de 2018

Diario de un "Ascenso" (8): El acoso

Cabinas de teléfono, Londres
Telephone Box London, de Sacha Fernandez


Martes 27 de febrero de 2018

18:42h.

Suena el teléfono. Recordaba en mi entrada anterior que todas las del diario de la Rotten comienzan con una llamada de teléfono suya o directamente con su persona apareciendo en la puerta. Dando el coñazo, vamos. Ésta no es una excepción, solo que esta vez tengo el teléfono a la vista y me acuerdo de mirar la pantalla. Sí, la miro y veo su nombre: Ascensión. Y no cojo.

No lo cojo solo porque esté hasta el culo de ella, porque me amarga, por la desgraciada historia que tenemos en común, sino porque ella cree que salgo a las seis y media (18:30h), así que ¿qué porras hace llamándome doce minutos después? No se limita a que suene un par de veces para que quede el registro y yo le conteste al día siguiente. No, ella no admite un no por respuesta así que lo deja sonar a ver si por un casual tengo telepatía y puedo darme la vuelta para atenderla.

He quitado el sonido, me duele muchísimo la cabeza. Ver esa pantalla iluminada cuando debería estar apagada me cabrea, me intensifica el dolor. Miro para otro lado e intento ignorarlo. Solo pienso en recoger.

viernes, 23 de febrero de 2018

Diario de un "Ascenso" (7): los resultados de la vacuna

Jueves 15 de febrero de 2018

18:20h

Pulga. Dibujo.
Pulga, de Lady Orlando
Suena el teléfono. Todas las entradas del diario de Ascensión, la Rotten, comienzan de manera parecida, con una llamada o una visita. Suena y suena, estoy a punto de no cogerlo, pero estoy pendiente de una llamada. Como siempre, tengo el teléfono tapado por la CPU, no veo quién llama, vivo confiada. El caso es que lo cojo sin mirar el nombre y ahí está, con su vocecita de niñita-vieja, medio susurrada. Soy idiota a más no poder. ¿Por qué porras he descolgado?

Hola, Dorotea, ¿no has cogido la gripe? Así de sopetón. Una pena que no la tenga, por fin me tomaría ese café con ella para pasársela tosiendo sin taparme la boca. A continuación sigue preguntando por mi estado, que si llevo mejor el trabajo. El control, ahí está. Le digo que sí, pero es solo parte de mi estrategia. Si cree que voy a ir a tomar café con ella solo porque puedo respirar, y dormir, e irme a mi casa a la hora que me corresponde, está muy equivocada. No me conoce. La próxima vez que llame estaré alerta, miraré esa maldita pantalla y no cogeré. Y le devolveré la llamada dos días después diciéndole que estoy otra vez hasta el cogote, ahogada y con tal estrés que no tengo ni vida, como ella. Bueno, me ahorraré el como ella.

miércoles, 14 de febrero de 2018

El desastre del ranking

Global Growth, con piezas de Scrabble
WORL BANK, de Marco Verch
A pesar de que siempre me estoy quejando de aspectos de mi trabajo, la vida aquí no es del todo mala. Además, mis críticas son constructivas, otra cosa es que las mencione en el blog o que les hagan caso cuando puedo opinar en la empresa. Los sueldos de las escalas bajas no son tan mierda como en otros sitios, no fichamos (aunque a mí me encantaría a pesar de los retrasos del tren), tenemos vacaciones bastante más largas que la media, siete días de libre disposición y cierta estabilidad. Y dependiendo del jefe/a que tengas, puedes llevar una existencia hasta agradable. El problema de esto es que la gente se acomoda, se asienta en su propia felicidad, ignora lo que hay fuera y, cuando se cuece un problema, en vez de encararlo para cortarlo de raíz, se intenta tapar o poner parches para que parezca que todo sigue igual de “perfecto”.  Entonces explota y todo el mundo se da cuenta de que en la Ciudad Esmeralda, las cosas son blancas y no verdes.

miércoles, 24 de enero de 2018

El café, ¿solo o con (malas) pulgas?

Diez mujeres de perfil sentadas en sillas
10 Chairs, de Bob May
Enero está siendo un mes estresante. No solo el peor enero desde hace siete años sino una de las peores épocas en cuanto a estrés, agobio y presión desde que estoy aquí. El curso no empezó muy bien en septiembre y he ido encadenando un marrón tras otro hasta ahora. La ansiedad y las ganas de comerme la casa me visitan cada noche, también las dificultades para dormir, el dolor muscular no se va, la cabeza…, ¿qué voy a decir de la cabeza? Nada que no sepan las personas que tienen el mismo problema. No me quiero hacer la víctima, solo contextualizar el momento. Miro al futuro, al día veintinueve de enero, y solo veo un túnel negro, ni una bombilla alumbrando el camino. En cambio, sé que hay obstáculos: una valla por cada día que falta y algún imprevisto en forma de agujero que surge cuando menos se lo espera, siempre receptivo para que caiga en sus redes y hacer que pierda el rumbo.

viernes, 15 de diciembre de 2017

El accidente químico

Puerta en habitación a oscuras
La puerta misteriosa,
de Dorotea Hyde
Abrí la puerta de la Meeting Room y casi me desmayo. Eran las diez menos veinte de la mañana y fue una sorpresa muda, ni hongo radiactivo ni luces boreales. Simplemente llegué con una mochila llena de enfado y frustración porque era el cuarto día seguido que el tren llegaba con retraso y al girar la llave, empujar la puerta y respirar aquello supe que el día iba a ser muy largo. Primero la vaharada me echó para atrás, se me cortó la respiración un instante (ahí fue cuando pensé que iba a perder el sentido) y como seguí en pie entré directa a la ventana. Justo en ese momento, tan oportuna, llegó Sara Pestes y ya no pude abrir. Iba a dar igual, pero aún no lo sabía.

En esta oficina hay una puerta misteriosa que da a un espacio de lo más vulgar: un pequeño almacén al que llamo el cuarto misterioso (perdón por la redundancia) donde las señoras de la limpieza guardan el papel higiénico, las cajas del agua, la aspiradora y materiales de limpieza. El dichoso olor salía de este cuarto y cuando una de ellas se pasó por aquí para coger algo y abrió la puerta, casi nos desmayamos otra vez. Según nos contó un poco cabreada, como si nosotras tuviéramos la culpa, como si preguntar fuera un crimen, a las del turno de tarde se les cayó ambientador. A mí no me olía al que normalmente usan pero me abstuve de hablar no fuera a ser que se enfadara todavía más.