La vuelta al trabajo después de las vacaciones suele estar marcada por esperanza. La esperanza de que tras el descanso las cosas sean diferentes, de que hayan cambiado un pelín, de que nuestras compañeras y nuestras jefas vuelvan como la seda y no sean tan porculeras, de que al fin haya una motivación para levantarse, de que el transporte público funcione bien por una vez. La misma esperanza que se tiene cuando se comen las uvas en año viejo y esperas que el año nuevo sea diferente, mejor. Solo que el año nuevo es un segundo después y estás igual, pero con la copa de champán medio vacía (con suerte) en vez de estar medio llena.