Lunes 16 de noviembre de 2020
Las semanas pasadas desde la última vez que escribí en el blog han sido muy duras psicológicamente, probablemente las peores desde que la covid-19 entró en nuestras vidas. Después de estar tantos meses al pie del cañón, de estar ahí para apoyar a mis padres, de acostumbrarme a la soledad; después de superar el salir a la calle tras tantos meses de encierro, de enfrentarme al transporte público de nuevo, de aguantar el estrés del trabajo y la presión a la que mi jefa nos somete; justo cuando tenía un pedazo de mi vida anterior gracias a las clases presenciales, a las sesiones de Pilates y las caminatas bajo la luz solar, me vine abajo. El dolor físico por una tendinitis en el hombro también influyó. El dolor continuo, falta de sueño, incapacidad para hacer la mayoría de cosas que me gustan, la mayoría de las que no me gustan y buena parte de las tareas básicas para vivir y sobrevivir en esta época pandémica me provocaron un decaimiento que hasta me preocupó. Supongo que mi cuerpo dijo basta y me derrumbé.
Si no he escrito hasta ahora no fue por falta de temas ni de inspiración sino para evitar forzar el hombro y ayudar en la recuperación porque novedades ha habido a cascoporro, aunque todo sea más de lo mismo: más contagiados, más fallecidos, saturación en los hospitales, otro estado de alarma (aunque esta vez más suave que el de marzo), cierre perimetral en muchas comunidades, cierre de hostelería y centros comerciales, negocios hundidos. Y la noche invernal acechándonos cada vez antes. La cosa realmente está para que cualquiera decaiga aun sin dolores.