Año nuevo, vida vieja. Terminaron las vacaciones y volvimos
a trabajar. Pero antes, debido al avance imparable de ómicron, tuvimos que
pasar por la enfermería de la empresa para hacernos un test. El mío era el
tercero en poco más de dos semanas. Primero uno de antígenos antes de irme de
vacaciones. Luego una PCR entre Navidad y Año Nuevo porque tuve síntomas. Y
este para empezar a trabajar. Con tanto control y tan poco salir, no esperaba
otra cosa que un negativo. Pero hubo alguien que se llevó una sorpresa.
Fui con la Rotten. Llegamos y había una cola larguísima que
doblaba la esquina. Nosotras teníamos cita, pero daba igual porque allí
estábamos mezcladas citas y no citas, no hacían distinción y el orden de
entrada era el de llegada. La Rotten que si tenía frío a las piernas, que si
llevaba unos días con dolor de garganta, que qué cansancio. Salimos y fuimos a caminar para hacer tiempo mientras no
salían los resultados. Por el sol, Doroty, por favor, por el sol. Así que nos
dimos una vuelta por el barrio y, cuando ya casi había pasado una hora y
llegamos a una sombra, me paré un segundo para ver si ya teníamos los
resultados. Negativo.
Doroty, no entiendo lo que me pone.